Sobre
la edad hay opiniones para todos los gustos. Quienes superamos la mitad de la sesentena
solemos encontrarnos con personas que nos tratan como ancianos, o con camareros
–valga el ejemplo de esa profesión– que nos preguntan, cuando examinamos la
carta de un restaurante, si los «chicos» han elegido ya la comanda.
En
los centros de salud sucede lo mismo. Dependiendo de la percepción de cada cual,
hay profesionales que se dirigen a ti con naturalidad, mientras que otros
elevan el volumen de su voz porque identifican edad provecta con sordera, y aderezan
el tono de sus frases con una melosidad infantil.
También
leyendo o escuchando las noticias son comunes tales contrastes, pues los
periodistas suelen definir a los individuos, cuando son dignos de atención informativa
y transitan por esa horquilla de edad, según su particular mirada. Y ahí es
donde radica la principal diferencia de un hecho objetivo: en la mirada de los otros.
Personalmente,
sigo dialogando con el adolescente que llevo dentro, cual centauro ontológico. Él
es muy lanzado en sus opiniones, aunque temo que pueda abandonarme cuando los
achaques de la edad me obliguen a depender a menudo de las prestaciones del
Servicio Cántabro de Salud. «Pues date prisa –me dice–. Para entonces, por
pronto que sea cuando las necesites, pueden estar completamente privatizadas. César
Pascual sigue estando muy activo, aunque seáis de la misma quinta, según tu expresión
viejuna, y ha logrado que Cantabria avance sin freno hacia lo más alto de la
clasificación autonómica de privatizaciones». «Pese a que nuestras posiciones
sean dispares en cuanto al funcionamiento de la sanidad –matiza mi yo mayor–, el
río de la vida nos arrastra hacia el mismo mar». «Sí, pero en distinto barco,
marinero. Y tú no eres precisamente de los de primera clase –concluyó, desafiante».