martes, 29 de diciembre de 2015

INCENDIARIOS (30 de diciembre de 2015)


El Diario Montañés, 30 de diciembre de 2015

Arde Cantabria por los cuatro costados porque unos cuantos desalmados pretenden, no se sabe bien por qué, destruir nuestro patrimonio natural. Se dice, utilizando de forma incorrecta un término psiquiátrico, que son pirómanos, cuando en realidad sólo son incendiarios (quienes incendian con premeditación, por afán de lucro o maldad). Si como algunos sospechan lo hacen para aprovecharse de que la reforma que hizo el PP a la Ley de Montes permite que las autonomías recalifiquen zonas forestales quemadas «cuando concurran razones imperiosas de interés público», alguien debería salir ya a decir de manera inequívoca que los terrenos no van a ser recalificados. Si se hace por maldad, da igual lo que se diga, porque la maldad tiene difícil arreglo. Pero en ambos casos, cuando se descubra a los incendiarios, el castigo deberá ser ejemplar.
Las palabras, como los poliedros, tienen varias caras, y el vocablo «incendiario» significa también «escandaloso» y «subversivo», sobre todo cuando hace referencia a ciertos artículos, discursos o libros. En ese sentido, esta semana hemos tenido varias manifestaciones incendiarias, aunque por razones de espacio aquí sólo citaré dos. La primera es del obispo de Córdoba, que ha dicho que la fecundación ‘in vitro’ es «un aquelarre químico de laboratorio» –no debería sorprendernos viniendo de quien mantiene el dogma de la divina concepción virginal–; la segunda es del general Rafael Dávila, hijo y nieto de generales, quien, apelando a la inteligencia, a la lectura y al estudio, ha escrito una carta a la alcaldesa de Madrid recriminándole que haya hecho cumplir la ley de memoria histórica, que él prefiere llamar «ley de ideología», pues según dice «no hay mayor intransigencia y fanatismo que convertir el sectarismo, la ideología, en ley». Y se queda tan tranquilo, olvidando «inteligentemente» que su abuelo no respetó la ley y ayudó a poner en marcha una guerra fratricida que se cobró un millón de muertos. Y que luego los ganadores hicieron y deshicieron «leyes sectarias e ideológicas» a su antojo durante cuarenta años. Y que le cambiaron el nombre sin escrúpulos a calles que ya lo tenían. (Ándate con cuidado, Íñigo, que como desaparezca la placa de su abuelo de la calle más larga de Santander, vas a recibir una carta poco amigable).
Y no digo más. Porque éste es mi artículo ducentésimo y no quiero que resulte incendiario.

martes, 22 de diciembre de 2015

BAILE COMPLICADO (23 de diciembre de 2015)




El Diario Montañés, 22 de diciembre de 2015

En un país como el nuestro donde se hace política con las vísceras, los resultados de las elecciones del domingo van a obligarnos a cambiar el paso. El bipartidismo ha sido barrido, pese al paraguas protector de la ley D’Hondt, y los nuevos tiempos nos obligan a un diálogo que, aunque difícil, puede resultar apasionante. Hay que hablar, y mucho, para encontrar puntos de encuentro. Toca poner sobre la mesa unas cuantas cuestiones básicas en las que deberíamos buscar grandes acuerdos para que no estuvieran sometidas cada cuatro años a los vaivenes electorales –sanidad, educación, política energética, dependencia, igualdad, ayuda a los más necesitados, política territorial…–, y a partir de ahí dar el carpetazo definitivo a una transición política que ya ha durado demasiados años. Toca, en fin –como dice Iñaki Gabilondo–, «caminar por la senda del parlamentarismo y abandonar la del presidencialismo». Si no, estaremos orientados al oscuro panorama de nuevas elecciones.
Estos resultados han dejado otra evidencia: a los españoles el Senado nos importa un comino. En un momento de cambios profundos, poco o nada se ha movido en la llamada Cámara Alta, donde encuentran un retiro dorado los viejos elefantes políticos. Este será, sin duda, otro de los aspectos que se deberá tener en cuenta en ese diálogo, aspecto acaso secundario, pero no menor.
Lo que ha sucedido en nuestra región ha sido un calco del panorama nacional: política visceral en ciertos casos (la Junta Electoral puede multar a los populares por «abuso e invasión» de algunos espacios reservados a otras candidaturas), desaparición del bipartidismo (con considerables caídas de populares y socialistas e irrupción, en el mismo orden que en España, de Podemos y Ciudadanos), e indiferencia de los electores con respecto al Senado (sigue el dominio aplastante de los dos ex-grandes partidos: tres senadores del PP y uno del PSOE).
Pero hay un matiz que habrá que tener muy en cuenta para futuras elecciones autonómicas. Si en Cantabria el bipartidismo es, en realidad, tripartidismo, ¿qué sucederá cuando en el baile electoral participe el PRC?

martes, 15 de diciembre de 2015

TIEMPO DE CALENTAMIENTO (16 de diciembre de 2015)


El Diario Montañés, 16 de diciembre de 2015

Anda la naturaleza confundida con esta primavera que nos está dejando el otoño. En Cantabria hay prados con margaritas en flor y árboles que muestran brotes extemporáneos. Todo parece estar cambiando. Los osos hibernan más tarde, y en Cabárceno permanecen a la vista de los visitantes prácticamente todo el año. Por eso en París se acaba de firmar un acuerdo histórico que intenta conseguir que la temperatura media del planeta se quede al final del siglo «muy por debajo de los dos grados» de incremento, aunque hay lugares donde en el mes de noviembre ya ha subido un grado y medio en los últimos quince años. De ahí la confusión que tienen las plantas y los animales.
No menos desorientados están los políticos, los sociólogos y los economistas. Esta crisis interminable está rompiendo la frontera económica de las clases sociales. Con la nueva reforma fiscal, todos aquellos que ganan más de 46.000 euros al año han pasado a ser considerados en nuestra región como clases altas, no tanto por la cifra en sí, cuanto porque las clases medias se desmoronan –en un corrimiento paulatino hacia abajo– y dejan un hueco que hay que cubrir de alguna manera. Conviene tener presente que en Cantabria la población ocupada ha descendido en trece mil trescientas personas durante los cuatro años de gobierno del PP, el doble, en porcentaje, que el que se ha perdido en España. Y eso, por fuerza, se tiene que notar.
Tampoco muchos ciudadanos tienen decidido su voto a pocos días del 
20-D. Quizá desconcertados porque no saben a qué clase social pertenecen, o acaso embaucados por quienes les dicen que ya no hay clases, meditan su decisión en silencio y traen a mal traer a las empresas de opinión. Lo peor de todo es que la fecha que eligió Rajoy, guiado no sé sabe bien por qué intereses, puede quebrar más de una sobremesa familiar navideña si, como se prevé, después de las elecciones hay que acudir a los pactos. Terminado el tiempo de silencio, tras haber hablado en las urnas, las discusiones navideñas pueden elevar mucho la temperatura y desembocar en tiempo de destrucción familiar.
Yo, por si las moscas, en esas fechas tan entrañables de amor fraterno voy a aplicar en mi casa los acuerdos de París contra el calentamiento y prohibiré hablar de política.

martes, 8 de diciembre de 2015

DERRIBO POLÍTICO (9 de diciembre de 2015)




El Diario Montañés, 9 de diciembre de 2015

Mi difunto vecino José era uno de aquellos jubilados que disfrutaron los viajes del Imserso en la temporada de su puesta en marcha, allá por 1985. Las personas modestas como él, que no habían salido prácticamente nunca del terruño, tuvieron una experiencia maravillosa. Moverse por Benidorm o por la Comunidad Valenciana aumentó su perspectiva geográfica y los enfrentó a otras realidades humanas, aunque luego no siempre asimilaron bien lo que habían visto.
Decía Cervantes que «las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos», pero en el caso de José no fue así, quizá porque sus peregrinaciones tampoco fueron tan luengas. Él regresaba de cada viaje entusiasmado, pero muy gruñón por lo retrasados que estábamos –decía– en Cantabria. Sentados en el salón de mi casa, frente a la vista inigualable de la sierra de Villacimera –la cadena montañosa con vegetación mediterránea por donde el Parque de la Naturaleza de Cabárceno se asoma al mar desde el mirador de Rubí–, hablaba y no paraba de las urbanizaciones que había conocido por allá abajo, «subidas por los montes, que da gusto verlas», y proclamaba que toda la montaña que teníamos ante los ojos debía ser también edificada. Yo, joven e impetuoso, sentía enflaquecer mi razón ante tanta sinrazón, y me subía por las paredes. Él entonces elevaba más el tono de voz: «En Benidorm da gusto, porque sólo con salir del hotel ya estás en la playa, sin cruzar la carretera. Eso es lo cómodo, eso atrae al turismo». Era imposible encontrar un punto de acuerdo.
José sería hoy un decidido defensor de las aberraciones constructivas que se han llevado a cabo por montes y costas de Cantabria (Argoños, Escalante, Miengo o Piélagos, por citar las más relevantes), y que han colocado a nuestra región en el segundo lugar, sólo por detrás de la Comunidad Valenciana, de las zonas con más construcciones artificiales en los primeros cien metros de costa. Seguro que también habría defendido los ardides legales que urdió la administración regional para evitar los derribos y que ahora ha anulado el Tribunal Constitucional. Cabe decir en su descargo que no tenía gran preparación, ni había intereses económicos particulares detrás de sus ideas. En el caso de los desaprensivos que trasladaron a nuestra tierra aquel modelo desarrollista y pernicioso, no estoy tan seguro. Lo único que sé con certeza es que tarde o temprano tendremos que pagar entre todos el engaño que le hicieron a unos cuantos para beneficio de unos pocos. Por eso considero que, a la vez que los edificios, habría que derribarlos también a ellos.
Políticamente hablando, claro.

martes, 1 de diciembre de 2015

MENOS PICANTE (2 de diciembre de 2015)


El Diario Montañés, 2 de diciembre de 2015


Este fin de semana he vuelto a Castro Urdiales, la ciudad donde tanto he vivido. La celebración de San Andrés es una de las excusas anuales que un grupo de cinco parejas, con más de veinte años de amistad, tenemos para reencontrarnos. La cena –en torno a caracoles aliñados con salsa picante– es el preámbulo ideal para luego, en la tertulia, «arreglar el país». La mayoría enfilamos la última curva de la cincuentena, pero tenemos un espíritu crítico intacto porque no vemos por ningún lado los valores sociales que defendimos en su día. Por eso, la sensación de fracaso nos lleva a hablar del camino equivocado que ha tomado la sociedad. Y surge el debate, que esta vez se centra en la sinrazón de ciertos sueldos.
Mientras nuestros hijos –a los que queremos dar la mejor preparación para que se abran paso en la vida– estudian alzados sobre un vacío que los catapultará al paro, a una remuneración mísera o al extranjero, un grupo de jóvenes –generalmente con poca o ninguna preparación cultural, y sin mucho esfuerzo– actúan en el circo del fútbol con sueldos que, de puro exagerados, son inmorales. Y no sólo los de las grandes figuras. El BOE publicó en octubre de 2014 el salario mínimo que cobrarían por convenio los futbolistas de primera y segunda división: 129.000 y 64.500 euros, respectivamente. Además, preveía una revalorización para este año acorde con la subida del IPC.
Con tanto profesional mal retribuido, estas cifras resultan escandalosas (cualquier futbolista de segunda división tiene asegurados 5.375 euros mensuales, aunque no juegue nunca, más de siete veces el salario mínimo interprofesional de los españoles).
Cuando una sociedad adopta esta vara de medir, no tiene luego ningún derecho a criticar al presidente del país por asistir a un programa radiofónico de fútbol y no a un debate con sus adversarios políticos. Su departamento de imagen conoce tanto sus deficiencias dialécticas como los índices de audiencia –que marcan los intereses reales de la mayoría de los votantes–, y se inclina por que acuda al campo donde juega con mayor ventaja.
Sólo de pensarlo se me revolvió el estómago. O quizás fue por el picante de la salsa. Menuda noche.