El Diario Montañés, 26 de junio de 2019
Llega una ola de altas temperaturas, la primera del
verano, anticipo de otras muchas. Los telediarios nos repiten hasta la saciedad
las medidas que debemos tomar para evitar los golpes de calor –lo que antes llamábamos
lisa y llanamente «insolación»–, que pasan por tomar mucha agua, no hacer
ejercicio físico en las horas punta y evitar la exposición al sol. Medidas
básicas y recurrentes.
Por esas relaciones en cadena que tiene el pensamiento
–casi siempre inexplicables, aunque no en el caso que me ocupa–, la palabra
insolación me ha traído a la mente la novela del mismo título de Emilia Pardo
Bazán, que según algunos críticos literarios escribió para disculparse con
Benito Pérez Galdós por haberle sido infiel con Lázaro Galdiano. En tal ficción
la protagonista se deja seducir por un hombre más joven, y culpa de tal arrebato
a una insolación –psicológica, no física–. El nombre de don Benito me llevó inmediatamente
a los de sus amigos, Pereda y Menéndez Pelayo, y al aprecio que los tres se
tenían por encima de las ideas políticas. Y desde don Marcelino, mi caletre
sólo tuvo que dar un paso para evocar su magnífica biblioteca, el gran legado
que dejó a la ciudad de Santander con la responsabilidad de su custodia. Y he
dado el paso, de golpe, y no precisamente de calor, empujado por la noticia que
recogía este periódico el pasado domingo, en la que nos informaba de que se ha
frenado el convenio de la reforma de su biblioteca –nuestra, por la generosidad
del sabio montañés– porque la Consejería de Cultura ha modificado el texto de
una de las cláusulas de dicho acuerdo. Y, así las cosas, entre una cláusula que
va y una matización que viene, los cuidados de la biblioteca y de los libros
permanecen anclados en el embrollo.
Espero y deseo que la cláusula en cuestión sea trámite
de fácil arreglo y no debida a la peor de las insolaciones, esa que produce
ceguera en los políticos. La que coloca el daño al adversario por encima de
todas las cosas. Caiga quien caiga.