El Diario Montañés, 28 de agosto de 2019
Todavía
queda verano, pero a estas alturas del calendario tengo la sensación de que
comienza su ocaso. Los turistas van marchándose. Abandonan Comillas los
«papardos», los «mochileros» Santillana, los «playeros» las playas, los
campings los «campistas». Revilla ya no recibe los fines de semana en Peña
Herbosa, los días se acortan, y el tiempo se anubla con ceño amenazador («No
quedan días de verano, el viento se los llevó», dice una canción de Amaral).
Sumidos casi en septiembre, comienza el curso político con los deberes a medio
hacer en el desgobierno central, y eso amenaza la financiación autonómica, que
es algo como para poner los pelos de punta, porque los expertos tasan el
déficit con Cantabria en 375 millones de euros.
En
menos de quince días comienza otro curso, el escolar, que vendrá acompañado de
la consabida retahíla sobre la carestía del material y en especial de los
libros de texto (desde ahí se extiende luego la culpa a todos los libros –y el
libro en general se detesta–, un pecado original que heredamos año tras año). Y
llegarán los fascículos, cuya compra unos cuantos inician y pocos concluyen
–¿conocen a alguien que haya completado siquiera una colección?–, y las buenas
intenciones para cuidar la salud, volver al gimnasio y eliminar los excesos
abdominales del abuso cervecero. Somos así, felices en nuestras rutinas, porque
la rutina es como transitar por una calle conocida, algo que nos reafirma,
aunque otear en el horizonte la presencia del otoño sea una manera admirable y
valiente de comenzar a abrazar la depresión.
Por
el otoño de la vida paseamos quienes ya hemos superado con creces el verano, el
rey emérito, incluido. Algunos han querido hundirlo en el invierno definitivo
publicando en primicia la noticia de su muerte. Hacían alusión, incluso, a las
condolencias que comenzaban a llegar de todas partes. La información resultó
falsa, pero a mí me enfrentó ante la insoportable fragilidad del ser. Fue entonces
cuando me dije que hay que aprovechar lo que queda de verano y vivir el otoño
con intensidad, «antes de que el invierno nos escombre».