martes, 30 de julio de 2013

DE ORTOGRAFÍA Y GRAMÁTICA (31 de julio de 2013)


El Diario Montañés, 31 de julio de 2013

Muerta la gramática, ciencia que daba pautas para colocar con rigor las palabras dentro de las oraciones, asistimos a la irremediable muerte de la ortografía. Estoy en Barcelona, viendo los Campeonatos del Mundo de Natación. Quizás por envidia de la magnífica piscina provisional de 50 m que han construido para la ocasión en el palacio de deportes de Sant Jordi, entre prueba y prueba navego por Internet y busco información sobre la candidatura que ha presentado Santander para ser Ciudad Europea del Deporte en 2014. Tengo la mala intención –no lo oculto– de criticar la opción a ese título, cuando se acaba de renunciar a una piscina de tales dimensiones dentro del Complejo Municipal de la Albericia. Y me topo de bruces con esta frase en la web del Instituto Municipal de Deportes: «El comité evaluará y deliverará (sic) en próximas fechas...». Y en ese momento, doloroso hasta para los ojos, decido no reivindicar piscinas en mi escrito y sí abordar el problema de la ortografía.
Es una web –me consuelo–, cosas de la inmediatez. Si alguien lee este artículo, corrige el error, y aquí paz y después gloria. Pero, reflexiono, ¿quién corregirá lo que se plasma en papel y pasa a formar parte de las hemerotecas? Guardo un recorte de este mismo periódico –9 de julio, página 27–, en el que el responsable institucional de una universidad privada que funcionará pronto en Santander expresaba, en un escrito corporativo de la empresa, «que serían autoexigentes en la ejecución de un proyecto educativo». Pero la «autoexigencia» se quedó en el titular, porque dentro del artículo había incorrecciones impropias de una persona de su cargo: un par de queísmos, un «sobretodo» con función mal atribuida de prenda de vestir, y una conjunción de las que no vienen a cuento: «... las siguientes fases u etapas».
Estoy en Barcelona, ciudad bilingüe. Aquí ya tienen piscinas de 50 m y universidades privadas. ¿Tendrán también nuestros problemas gramaticales y ortográficos?

miércoles, 24 de julio de 2013

DÍGAME LA VERDAD, DOCTOR (24 de julio de 2013)


El Diario Montañés, 24 de julio de 2013

Sí, doctor, ya sé que me dice usted que no me voy a dar ni cuenta, que no voy a notar nada, que todo va a ir muy bien. Pero debe admitir mis dudas y mis recelos. Hace muchos años que usted no trata directamente con pacientes, doctor, que no los mira a los ojos. Cuando comenzó a medrar, lo hizo por caminos burocráticos, alejado de ellos. Y así ha seguido luego, unido al partido que lanzó su carrera. Y yo no digo que eso esté mal, doctor, qué va, Dios me libre. Pero puede que la razón, su razón, haya ido enfriando poco a poco su corazón. Porque usted ha manejado muchas estadísticas, muchas ratios, muchos números. Y ha terminado convirtiéndose en eso que llaman un gestor. Pero un gestor de partido.
Y yo tengo miedo, aunque me diga que no me voy a dar ni cuenta, que no voy a notar nada, que todo va a ir muy bien. Eso también les dicen ustedes a los enfermos terminales cuando no quieren conocer la verdad. Pero yo sí quiero, doctor. Yo necesito saber a qué atenerme. Ya me han engañado con los medicamentos que me han quitado de la cobertura de la seguridad social, y con el céntimo sanitario, que pago religiosamente cada vez que lleno el depósito en las gasolineras de Cantabria –es una manera de hablar, doctor, que hoy casi nadie puede llenarlo–. Ya sé que con sus medidas me promete más «agilidad y flexibilidad» en la gestión. Y que el hospital será «más eficiente». Y que es obligado hacer lo que hace para «salir de la situación de deuda, déficit y contracción de la economía». Si yo todo eso lo sé, doctor. Pero no acabo de creerme que no vaya a notar nada.
Que eso también lo dijo usted, doctor Pascual, cuando era responsable del hospital Infanta Leonor, de Madrid. Y allí sí parece que están notando mucho, y no para bien, lo de la privatización.

miércoles, 17 de julio de 2013

ALGO DE HISTORIA NAVAL (17 de julio de 2013)


El Diario Montañés, 17 de julio de 2013

Cuenta la historia que el pueblo de El Astillero se forjó en torno a la construcción naval. Ya en el siglo xvi tenía atarazanas «inmejorables», abrigadas en las aguas tranquilas de la ribera de la ría de Solía. Allí, Felipe II mandó fabricar en serie galeones para la Armada. Y las gentes levantaron sus viviendas en el entorno, y crearon un pueblo que, de tan importante como llegó a ser y de tan grande, absorbió en su ayuntamiento al que había sido el núcleo de su origen: Guarnizo. Entonces tomó el nombre de la ocupación que lo vio nacer.
El tiempo pasó muy deprisa y trajo avances que convirtieron el reducido mundo conocido hasta entonces en una aldea global. Cuatrocientos años después de la época gloriosa de las naos del rey, la crisis asoló los astilleros europeos, incapaces de competir con países lejanos –ajenos a derechos laborales y a contaminaciones ambientales– que trabajaban más barato. Ante tal competencia desleal, los europeos reclamaron ayudas. Con ellas lograron mantener una mínima participación del 6% en el pastel de la construcción mundial de barcos. En verdad, así no había muchas perspectivas de futuro, si acaso un horizonte de mera supervivencia. Pero aquellas subvenciones que habían comenzado en 2002 tuvieron las primeras denuncias en 2011, porque alguien consideró que no eran compatibles con las normas de la libre competencia. Y quiso el destino, siempre caprichoso, que el comisario europeo encargado de comunicar que había que devolver esas ayudas –con un perjuicio muy grande para España–, fuese español y socialista: Joaquín Almunia.
Él ha tenido la rara virtud de unir contra el peligro inminente –hoy, 17 de julio, se tomará una decisión–, primero en Madrid y luego en Bruselas, a todos los presidentes autonómicos de la cornisa cantábrica. A todos, menos a uno, porque Ignacio Diego, antiguo alcalde del pueblo que nació en torno a la actividad naval, optó en ambas ocasiones por quedarse en Cantabria. Cosas veredes…

miércoles, 10 de julio de 2013

EL VERANO DA UN RESPIRO (10 de julio de 2013)


El Diario Montañés, 10 de julio de 2013

Parece confirmarse que el argayo de Camaleño, con la llegada del buen tiempo, ha frenado su avance sobre Los Llanos y ha dado un respiro a la población. Por fin, tras largos días de angustia, los vecinos han podido volver a sus casas, aunque sin perder el temor de que las condiciones meteorológicas del otoño vuelvan a poner de nuevo en movimiento la amenazante lengua de piedra y lodo que oscurece su futuro. Es agobiante vivir con la incertidumbre como compañera de cama que entorpece el sueño. Además, cuando es la naturaleza la que se rebela, los especialistas no suelen dar muchas esperanzas. Contaba Juan José Arreola –el magnífico escritor mejicano nacido en una localidad con un volcán activo– que, atraídos por las erupciones, «los geólogos vinieron a saludarnos [...] y nos tranquilizaron en plan científico: esta bomba que tenemos bajo la almohada puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos diez mil años».
También la llegada del verano ha hecho posible que más de dos mil cántabros hayan regresado al mundo del trabajo, un hogar del que habían sido desalojados a la fuerza. Sólo veintidós se incorporan por vez primera a una actividad que ha pasado de ser maldición bíblica a un paraíso de restringido acceso. Lo peor es que el 80% ha encontrado un hueco en el sector servicios –demasiado estacional–, y son pocos los que han tenido la fortuna de firmar un contrato indefinido.
Instalados en la precariedad de lo incierto, es muy difícil hacer planes de futuro, pero aún lo es más cuando la única certeza que se tiene es la de la fecha de caducidad de un contrato. Por eso, unos temen la llegada del otoño, por si las lluvias reactivan el argayo, y otros, por el aluvión anunciado de finiquitos. Con tales incertidumbres es temerario pensar en echar raíces; con tales certezas es irresponsable proclamar que la economía está repuntando.

miércoles, 3 de julio de 2013

EL LISTO DE LA LISTA (3 de julio de 2013)


El Diario Montañés, 3 de julio de 2013

El BOE de 5 de mayo de 2004 recoge los resultados de las elecciones generales celebradas el 14 de marzo e incluye «la relación de Senadores proclamados electos en cada circunscripción, con indicación en cada caso de la formación política a la que pertenecen y el número de votos obtenidos». Y ahí aparece, en la circunscripción de Cantabria, en primer lugar, el más listo de la lista, Luis Bárcenas, del Partido Popular, con 180.706 votos, 983 más que Gonzalo Piñeiro, 3.434 más que Alberto Terán y 39.517 más que Jaime Blanco. Casi nada.
Ante estos resultados cabe preguntarse a quién votamos cuando votamos, o mejor, a quiénes nos coloca cada partido en las listas –atendiendo a saber qué intereses– para que los votemos como obedientes corderillos.
La semana pasada el ex senador del PP por Cantabria, campeón presunto de todos los fraudes, ingresó, por fin, en prisión sin fianza, aunque Alfonso Trallero, su abogado, glorificando el apellido, sacara el látigo dialéctico y arguyera que «lo que no se puede decir es que porque uno tenga 25, 30 o 40 millones de euros en Suiza, esos millones tienen un origen delictivo […] y es imposible que el señor Bárcenas se pueda fugar y pueda destruir pruebas, es una de las personas más conocidas y tiene una fisonomía que se le reconoce en cualquier parte del mundo a la que vaya». Conocido sí que es, sobre todo por caradura, pero ello no implica que no pueda fugarse: quien ha demostrado ser mago del escapismo financiero, puede estar a un paso de serlo también del físico.
Hay quien dice que algunos mandos del Partido Popular no verían mal esa fuga, para no tener que estar pendientes de que al reo se le afloje la lengua y cante cuanto sabe. Sin embargo, casi tengo la certidumbre de que la inmensa mayoría de las 180.706 personas que le votaron, aun sin ser culpables de nada, se sienten ahora más aliviadas.