lunes, 25 de febrero de 2013

FUGA DE CEREBROS (25 de febrero de 2013)


El Diario Montañés, 25 de febrero de 2013

El rector de la Universidad de Cantabria, José Carlos Gómez Sal –muy Quijote él–, parece dispuesto a contradecir a todo el mundo, y acaba de manifestar que si nuestros jóvenes investigadores emigran a otros países en busca de oportunidades que no encuentran aquí, se tardará «por lo menos diez años en recuperarlos».
Ya el ministro Wert nos tranquilizó en su día afirmando que esta marcha no tenía que ser negativa para la nación, porque en realidad ponía de manifiesto la existencia de jóvenes con capacidad y con voluntad de movilidad internacional. La propia secretaria general de Inmigración y Emigración, Marina del Corral, salió en apoyo de las palabras del antiguo tertuliano y dejó para la posteridad una sentencia digna de ser grabada en piedra: los españoles no salen al extranjero tan sólo por la crisis económica, sino por «el impulso aventurero de la juventud». Y el gobierno de la nación consideró en el parlamento que la fuga de cerebros «no siempre es negativa» para España, porque cuando regresen lo harán con una experiencia que puede ser «enriquecedora» para el país y «muy valorada en las empresas».
No debe, pues, preocuparse el rector. Nuestra Cantabria puede vivir perfectamente diez años sin esos cerebros tránsfugas, que buscan abrirse camino fuera del terruño ajenos a las bellezas naturales con que la Providencia nos dotó. Nuestra región es en sí un infinito parque temático plagado de atractivos turísticos, que nos asegura un futuro prometedor hasta que ellos regresen, sin que sea necesario mancillar su suelo con cicatrices industriales ni de ninguna otra índole. Si hasta las tortugas y los delfines se acercan a nuestra bahía –¡qué paraíso, señor!– atraídos por su belleza y por la limpidez de sus aguas.
¡Qué salgan, qué salgan fuera! Y que se formen, y que investiguen, y que inventen. Ya volverán. Y aquí les estaremos esperando con los brazos abiertos para que nos enriquezcan con los saberes que hayan adquirido en su experiencia migratoria.

domingo, 17 de febrero de 2013

ÉPOCA DE TRANSPARENCIAS (17 de febrero de 2013)


El Diario Montañés, 17 de febrero de 2013

Buena la están haciendo algunos de nuestros políticos. No se les ocurre mejor idea que publicar a los cuatro vientos el estado de su patrimonio personal, y van a acabar obligando al resto a entrar en competencia para ver quién tiene el coche más antiguo, el piso más pequeño o la cuenta bancaria más exigua. Que es lo que se lleva ahora. Lo de tener muy poco. O lo de no tener nada, vamos. Si es que parece que últimamente se han emperrado con eso de la transparencia: transparencia en las cuentas personales, transparencia en los ayuntamientos, transparencia hasta en la programación del FIS... Abras los periódicos por donde los abras, siempre te encuentras con esa palabra que triunfa en tiempos de cuentas opacas.
«Hablan de transparencia, pero tintan los cristales de los coches oficiales», leía recientemente en una viñeta de humor gráfico digna de ‘El Roto’. Muy mala leche es ésa. Que algunos también van en taxi o en metro y vuelan en vuelos baratos. Pero, ya se sabe, el pueblo es como es, tiene esas manías, y en cuanto surge algún rumor de políticos descarriados, dan pábulo al morbo y extienden la parte al todo. Por eso, precisamente, para no dar pábulo al morbo –qué expresión tan sonora–, se anuncia a bombo y platillo que unos cuantos más van a publicar cuáles son sus bienes. Y desde que me he enterado estoy en un sinvivir esperando con expectación los resultados.
Las transparencias que se han prohibido son las de la ropa en la ceremonia de entrega de los premios Grammy, y nos hemos quedado a dos velas, sin poder apreciar los sutiles senos y las tersas espaldas de las artistas. Una pena, porque esas transparencias –aunque decirlo sea políticamente incorrecto– también me gustaban mucho. Transparencias llamativas y exuberantes. No como las políticas, que seguro que vendrán con tonos pálidos y sin estridencias. Porque tampoco es cuestión de mostrar todo el fondo de armario.

jueves, 7 de febrero de 2013

ENTRE COLAS (6 de febrero de 2013)


El Diario Montañés, 6 de febrero de 2013

Todos guardaremos cola alguna vez en nuestra vida. Colas en las rebajas, colas en las taquillas de los cines, colas en los baños, colas en los bancos, colas en el médico, colas en las oficinas de empleo... Colas bien regladas 
–de las de coger número o con raya en el suelo–, o más de andar por casa 
–las que dependen de la buena voluntad de los individuos, que preguntan educadamente quién es el último–. Pero colas, al fin y al cabo. Es nuestro sino. Ahora también –quién lo iba a decir– los estudiantes tienen que hacer cola en las puertas de las bibliotecas de la Universidad los fines de semana para optar a un lugar cómodo donde preparar los exámenes.
«Seis días tienes para trabajar y hacer tus quehaceres. Pero el día séptimo es el descanso en honor de Yavé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu servidor, ni tu sirvienta, ni tu buey, ni tu burro...», dice el ‘Deuteronomio’, ese testamento espiritual de Moisés. Quizá por seguir al pie de la letra la sentencia, el consejero de la cosa cultural decidió hace unos meses cerrar la Biblioteca Central los sábados por la tarde y todos los domingos, y lo hizo con tan excesivo celo que más que velar por el descanso de los trabajadores, lo perpetuó, eliminando de un plumazo los puestos de trabajo y propiciando el éxodo de los usuarios hacia los centros que aún permanecen abiertos.
Es encomiable que los jóvenes quieran estudiar también los fines de semana. Nadie les debería poner dificultades, y menos quienes tienen la responsabilidad de velar por la educación y la cultura. Una generación anterior dejó los estudios ante el dinero fácil del ladrillo, y ahora son parados sin cualificación ni futuro laboral. En este país hubo un tiempo en el que se apreciaron más los libros de cuentas que los de cuentos. Y así nos está yendo.

viernes, 1 de febrero de 2013

TONTOS, PERO HONRADOS (1 de febrero de 2013)


El Diario Montañés, 1 de febrero de 2013

Nuestra lengua, rica en matices y en socarronería, establece diversas categorías de tontos. En el primer escalón están el tontorrón y el tontaina, que llevan en su definición cierto matiz cariñoso, y casi siempre resultan inocuos. El tonto la baba aporta un escaño de negatividad, suele ser menos inofensivo –sobre todo si tiene mala baba– y se halla muy próximo, taxonómicamente hablando, al tonto del bote. Hay tontos de remate, que pertenecen a la misma familia que el tonto tonto; aunque lo suyo no parece tener arreglo, en principio no suelen ser muy peligrosos: digamos que se les ve venir. El tonto a las tres –contrario a lo que su nombre puede sugerir– es tonto a cualquier hora, aunque por economía lingüística se le atribuye una determinada; bien podía, este tonto, serlo a las diez, o a las doce, pero, en todo caso, sigue siendo un tonto controlable. Los peligrosos, los molestos, los insoportables son los tontos que se nombran con arreglo a partes anatómicas: el tonto del culo y el tonto de los cojones –o de las pelotas–, personajes irritantes en grado máximo, a la par que muy dañinos.
A ninguno de estos tontos parece referirse José Antonio Cagigas, persona cabal donde las haya, cuando manifiesta, refiriéndose al caso Bárcenas, que «Al final, tú, el político honrado, eres el más enfadado. Tienes la sensación de que eres el tonto». De sus palabras se desprende que en política al tonto no le define la falta de entendimiento o razón, sino la honradez. Es la figura del tonto honrado –«No seas tonto, que nadie se va a enterar»–, tan necesaria para velar por los intereses de los ciudadanos antes que por los suyos, aunque en peligro de extinción.
José Antonio, te comprendo. Yo, tras los últimos acontecimientos, cada vez estoy más identificado con la frase de Chato, el personaje de Calderón, cuando dice: «Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos».