miércoles, 28 de diciembre de 2016

POBREZA, MACHISMO Y CULTURA (28 de diciembre de 2016)


El Diario Montañés, 28 de diciembre de 2016

Las ciudades se llenan de luces que incitan al consumo, pero veinte mil familias cántabras tienen que recurrir al bono social que rebaja la factura eléctrica de sus hogares, «extremadamente vulnerables». La Asociación de Ciencias Ambientales considera pobres energéticos a quienes no pueden mantener la temperatura de su hogar por encima de 18 grados, y añade que estar por debajo es perjudicial para la salud. Quizá por eso, y como hogar viene etimológicamente de ‘focus’ (fuego o brasero), este invierno han perecido algunas personas utilizando el calor de los braseros, el único a su alcance. Cosas que pasan en nuestro país, tan de contrastes.
«España y yo somos así, señora», pudo decirle el empresario Manuel Muñoz Molina –que lleva mucha «m» encima– a Teresa Rodríguez cuando se abalanzó sobre ella y simuló darle un beso en la boca. Una acción típica de cierto machismo «hispano-manoloescobarense» –«por un beso que le di en el puerto a una dama que no conocía...»–, que con los efluvios de la bebida y la superioridad del mando suele darse a los piropos, las blasfemias o las agresiones.
Otra de nuestras peculiaridades patrias es cómo entendemos la cultura. El casi inexistente ministerio de la cosa ha concedido la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes a ‘El Juli’, elevando la tauromaquia a tal categoría. Y, como últimamente ser cocinero tiene más rango que ser fraile, le ha dado otra a Pedro Subijana. Ambas condecoraciones reflejan la realidad de aquella España de antaño –cuando todos querían ser toreros o futbolistas– y de esta de hogaño –en la que quieren ser futbolistas o cocineros–. Los jóvenes mejor preparados, mientras tanto, tienen que emigrar para, según Alfonso Dastis, el ministro de Asuntos Exteriores, dar salida a sus inquietudes, a su amplitud de miras y porque «irse fuera enriquece, abre la mente y fortalece habilidades sociales».
Dicen los podemitas que de ninguna de estas tres cosas –pobreza, machismo y cultura– trató en profundidad el discurso del rey, y que también él –joven y preparado– podía irse.
No respetan a nadie. ¡Cómo son! 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

LA CALLE Y LOS SUEÑOS (21 de diciembre de 2016)


El Diario Montañés, 21 de diciembre de 2016

Hoy, miércoles 21, Carmina, la maestra jubilada del anuncio de la lotería, se ha echado a la calle creyendo que su décimo estaba premiado. Como la ficción tiene la capacidad de romper el tiempo, sabemos hace más de un mes que su número coincide con el del año pasado y no con el del sorteo de mañana (o quizá sí, ya se verá, que los publicistas suelen guardar un as en la manga para las segundas partes). En cualquier caso, todos le han seguido la corriente para mantener vivo su sueño.
También los sindicatos están saliendo a la calle en estas fechas tan señaladas, aunque sus marchas no tienen el apoyo unánime que ha tenido la salida de Carmina. A Comisiones y UGT los han acompañado representantes políticos del PSOE y Unidos Podemos, pero los del PP no han querido entrar en el juego, algo lógico estando en el poder. Además, Javier Maroto ha dicho que esa postura sindical de echarse a la calle es más propia de los años ochenta del pasado siglo que de estos tiempos, y pretende romper el sueño sindical de un plumazo apelando a las directrices que marca Bruselas en materia económica.
Acaso en estos días también esté soñando Ignacio Diego con la posibilidad de que Revilla cumpla su amenaza y deje el gobierno si no se aprueban los presupuestos regionales –que es otra forma de irse a la calle–. Pero la amenaza me parece a mí más bien un órdago de jugador experto, con lo que es probable que el sueño de Diego tenga que esperar unos años más.
Bien para festejar algo, para reivindicarlo o para amenazar con irse a ella, la calle tiene muchísimo atractivo. El joven que conducía un BMW a 140 kilómetros por hora por General Dávila, creía, como Fraga, que era suya. La policía intentó despertarlo sin éxito, y tuvo que ser un bolardo el que finalmente nos librara de su pesadilla de alcohol y drogas.
Si mañana me toca la lotería, me echaré a la calle. Y no quiero que nadie perturbe mis sueños. Ni los bolardos.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

MÁS RUIDO QUE NUECES (14 de diciembre de 2016)


El Diario Montañés, 14 de diciembre de 2016


Nos estamos frotando las manos porque dicen que esta Navidad va a permitir «dejar en el olvido la crisis». Se anuncia a bombo y platillo que será la mejor campaña de la historia y generará en España 340.000 empleos –no importa su calidad porque para la macroeconomía, como para el convento, todo vale–. La noticia le ha llevado a manifestar al director de grandes cuentas de una empresa, de cuyos nombres –del director y de la empresa– prefiero no acordarme, que «la gente está hasta las narices de la crisis y se ha tirado a consumir». Suelo ser respetuoso con quienes critico, pero en este caso, como no desvelo la identidad del individuo, me apetece hacer un «perezreverte» y decir que es un gilipollas integral. Uno de esos que intentan convencernos desde su atalaya privilegiada de que las cosas van bien.
En Cantabria el empleo de la construcción ha caído desde 2008 un 57% y el de la industria un 27%, y se han quedado sin trabajo en ambos sectores 31.500 personas, muchas de las cuales no cobran ya ninguna prestación. Pero según ese gestor de grandes cuentas, a quien no le interesan las pequeñas miserias, todos han debido de hartarse al tiempo de esta crisis y se han lanzado al consumo loco, porque ya está bien de vivir con estrecheces, que vivir al día es lo mejor.
Viviendo al día no debe preocuparnos que, como denuncia el catedrático Ignacio Zubiri, «el sistema actual vaya a mandar a la pobreza a la mayoría de los futuros pensionistas». Ya lo tenemos asumido. Hemos pasado por el redil –inocentes corderillos– aceptando con docilidad que las cosas son como son y no se pueden cambiar. Ésa es la gran trampa de la crisis económica: que admitamos sin rechistar el cambio radical de los valores.
Voy a comprar petardos. Tengo un catálogo que dice que están al alcance de todos, aunque, para cumplir la ley, los menores deben ir acompañados (como si fueras con tu hijo a adquirir bebidas alcohólicas para el botellón). Todo sea por unas fiestas con más ruido que nueces.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

EL PARAÍSO PUEDE ESPERAR (7 de diciembre de 2016)


El Diario Montañés, 7 de diciembre de 2016

De mis amigos de Castro Urdiales ya he hablado aquí más de una vez. Próximos a la sesentena, nuestras conversaciones giran últimamente en torno a la jubilación. Es lógico, el asunto nos preocupa porque en España la hucha se está vaciando y los números no cuadran. Como medida preventiva se ha decidido retrasar la edad de jubilación hasta los sesenta y siete años, pero como somos un país de contrastes, estamos viendo que los bancos 
–a los que rescatamos de una crisis que algunos de ellos contribuyeron a generar– prejubilan a sus empleados en plena edad productiva, apenas cumplidos los cincuenta y cinco. Bien es cierto que nos dicen que estemos tranquilos, que hasta la edad de la jubilación legal ellos correrán con todos los gastos y que la medida no le supondrá quebranto alguno a la hucha de las pensiones. Y hasta es posible que sea cierto, aunque tengo la sospecha de que de una u otra forma ya estamos siendo los paganos de la maniobra con las comisiones abusivas que nos cobran por todo.
Escribo estas reflexiones desde una de esas oficinas bancarias sin apenas personal, ejemplo piloto de cómo serán todas en un futuro próximo. Es aséptica pero, de no ser por su frialdad humana, diría que hasta resulta confortable. Aguardo sentado, junto con seis personas más, el turno de mi autoservicio con un número en la mano. Frente a nosotros, desde una pantalla de plasma, una joven con sonrisa de serie y traje corporativo de la entidad ofrece servicios bancarios irresistibles. Sobre todos ellos destaca un plan de jubilación que muestra escenas felices de parejas de jubilados 
–muy jóvenes, ex empleados bancarios sin duda– paseando por playas paradisiacas. «Parece un anuncio de viagra», dice, socarrón, mi vecino de asiento. Para recibir información hay que llamar a un teléfono que aparece en la pantalla. No tengo tiempo de anotarlo porque en ese preciso instante sale mi número de orden y corro el riesgo de perder el turno y volver a la espera. Me levanto. Que esperen el paraíso, o la viagra. Yo, no. Ya he esperado bastante.