martes, 30 de agosto de 2022

¿DE QUÉ MORIMOS? (31 de agosto de 2022)

 

El Diario Montañés, 31 de agosto de 2022

Hemos conocido que en Cantabria se ha disparado la mortalidad un 23,22% en los siete primeros meses del año con respecto al mismo periodo de 2021, lo que supone 4,5 veces más que en el resto de España. El Instituto Carlos III, por una parte, y el director general de Salud Pública, Reinhard Wallmann, por otra, conocen a la perfección cuántas personas han muerto, qué edad tenían y si eran mujeres u hombres, pero discrepan en cuanto a determinar de qué han muerto. Y eso denota cierta laxitud, porque se puede pensar que los encargados de certificar el ‘exitus letalis’ (así nombran los doctores la «salida hacia la muerte») no hayan hecho bien su trabajo, en cuanto a la determinación de las causas.

Uno de los éxitos editoriales de Alianza Editorial se produjo en 1995 con el libro ‘Cómo morimos’, del cirujano estadounidense Sherwin Bernard Nuland. En él estudiaba esa experiencia final por la que todos acabaremos pasando, y ante la que nos preparamos, en una especie de cruel adiestramiento, viendo cómo desaparecen nuestros seres queridos. El doctor americano realiza en dicha obra una descripción precisa y detallada, sin paños calientes, de cuantos procesos de degradación –clínicos, biológicos y psicológicos– se producen en el tránsito hacia el final. Minuciosamente analizados, según las siete formas habituales de morir: el cáncer, el SIDA (ahora, el COVID-19 o las infecciones en general), las enfermedades cardiacas, los accidentes cerebrovasculares, el Alzheimer, la vejez y las muertes violentas.

Un certificado médico de defunción no exige recoger tantos detalles. Tan solo que esté «firmado por un médico licenciado que acredite el día, la hora y las causas del fallecimiento». Analizarlas no debería resultar complicado, siempre, claro está, que hayan sido determinadas. Después –y eso sería lo más fácil–, habría que organizarlas para una sencilla estadística.

martes, 23 de agosto de 2022

MUSEOS COMO TERRAZAS (24 de agosto de 2022)

 


El Diario Montañés, 24 de agosto de 2022 (fotografía ©El Diario Montañés)

«En Santander, cualquier museo de nueva creación que se precie habilita una terraza en lo más alto de su estructura. Y no es porque los arquitectos sospechen que lo mejor pueda estar en las vistas panorámicas exteriores, porque desconfían de las obras futuras que se exhiban en el interior, dios me libre de tales pensamientos. Más bien se puede deber a que el cambio climático, en unos casos, o las previsibles pandemias por venir, en otros, nos obliguen a mantener una vida concentrada en el aire libre –permítaseme la contradicción–. Aunque, si bien se mira, en el Centro Botín los visitantes de las escaleras-miradores multiplican ampliamente a quienes entran a su interior para contemplar exposiciones, quizá porque, salvo en contadas excepciones, estas suelen dar la espalda al gran público. Como me temo que se la pueda dar el contenido del Archivo Lafuente, esencial para unos pocos, pero ‘difícil de ver’ para la inmensa mayoría. De ahí que los planos de esa futura Sede Asociada contemplen terrazas exteriores por doquier, que abrazan al edificio madre, a modo de faralaes, hasta hacerlo irreconocible. Nos cobran mucho por el traje nuevo del emperador, pero es probable que algún día alguien se atreva a decir que está desnudo».

Esto me lo comentaba, paseando por El Sardinero, un amigo setentón y cascarrabias, harto de arquitectos de alta costura que inventan costosísimas edificaciones. Pedimos un taxi para acercarnos hasta el centro de la ciudad. El conductor nos preguntó con una sonrisa: «¿A dónde van, caballeros?».  A mi acompañante se le pasó por la cabeza contestar, como Buzz Lightyear, «hasta el infinito y más allá», pero, más práctico, pensó en los diez euros anuales de subvención municipal y se adaptó a una distancia asumible: «A ver si hay suerte y nos alcanza para llegar hasta Correos».


martes, 16 de agosto de 2022

HIJOS DE LA MISMA ESPAÑA (17 de agosto de 2022)

 

El Diario Montañés, 17 de agosto de 2022

Cuando llegamos a la pequeña iglesia románica, se sobresaltó. Dormitaba en el banco del pórtico, sentada sobre un periódico porque, aunque la temperatura del pueblo palentino superaba los 30 grados, «la piedra está siempre fría». Se despabiló y nos miró con ojillos vivos. Vestía bata malva y calzaba zapatillas rosas. Representaba ochenta años, pero acaso tenía bastantes menos. Su vida había sido dura, como daban muestra los surcos de su frente y las manos varoniles, habituadas a trabajar firmes para sacar los mejores frutos de la reseca tierra castellana. Se dirigió al interior del templo y comenzó las explicaciones con la candidez de quien ha memorizado una retahíla: «Ese es Daniel en el foso de los leones. Reza, y la fe le protege de las fieras». Evidenciaba que la imaginería románica es el alfabeto de los menos ilustrados. Ascensión –tal era su nombre– nos habló de Santander cuando finalizó sus comentarios ingenuos sobre los capiteles historiados, porque sabía que veníamos de Cantabria. «He ido a Santander en dos ocasiones: a una boda y a una comunión. Ambas veces lloviznaba. Todo era verde. ¡Qué bendición!». Nos comentó que su vida transcurría atada al terruño, del que apenas había salido. «Ahora que puedo viajar, resulta que me mareo en coche», dijo resignada.

Por casualidad, ese mismo día cayó en mis manos una entrevista a Cayetano Martínez de Irujo. En ella decía que había tenido una infancia muy estricta «bajo la dictadura de las ‘nannys’». Más tarde había residido once años entre Holanda, Francia, Bélgica y Alemania. Y había debido hacerse una casa en África porque en Ibiza o Marbella era imposible vivir ante la constante presión de los ‘paparazzi’.

Ascensión y Cayetano, aunque a primera vista no lo parezca, son hijos de la misma España.  Una versión actualizada de ‘Los santos inocentes’.

 

martes, 9 de agosto de 2022

MEDIDAS DE AHORRO (10 de agosto de 2022)


 El Diario Montañés, 10 de agosto de 2022

Comenzamos a vivir en un ambiente preelectoral. Algunos ayuntamientos anuncian ya remodelaciones de plazas y aceras, mientras que en otros huele a podrido tanta remoción de los contratos de las basuras, algo que se debería hacer siempre y no se hace casi nunca en el caso de los contratos basura, porque haberlos, haylos. También hay políticos que comienzan a desmarcarse de los pactos que firmaron hace tres años y entonan el ‘mea culpa’ de aquella decisión primera, que en el presente consideran equivocada; por eso proclaman lo que pudo haber sido y no fue, para confusión del electorado. Son manifestaciones al viento del norte de esta tierra –¿será nuevo himno regional?– cada día menos verde debido al regreso de la pertinaz sequía, que otrora regulaban el dictador y su equipo sin permitir ninguna otra injerencia. Pero ahora es Bruselas quien impone las reglas de juego para ahorrar energía en este periodo de crisis, aunque muchos no quieran verlo y jueguen con la utilización electoral de tales medidas europeas.

No digo que no se pueda debatir sobre todo: si resulta eficiente un grado más o menos en el aire acondicionado o la calefacción, si es pertinente la apertura o cierre de puertas automáticas, si los horarios de apagar las luces son más o menos coherentes… pero es seguro que todos nos pondremos de acuerdo en que, sea como fuere, algo deberemos hacer para defendernos de lo que se nos viene encima –por supuesto que también nos pondremos de acuerdo en que lo de la corbata de Sánchez es de chiste, y muchos ha provocado–. Pero si hacemos electoralismo con estos asuntos tan graves, con los que ni siquiera somos solidarios de palabra, barrunto que no lo seremos tampoco cuando debamos pasar a las obras.

A partir de hoy podremos comprobarlo.

martes, 2 de agosto de 2022

GUSTAVO COTERA (3 de agosto de 2022)

 

El Diario Montañés, 3 de agosto de 2022 ©Roberto Ruiz (El Diario Montañés)

El periodo vacacional, que para algunos comienza ahora, es temporada idónea para la relajación. En este verano caluroso y seco, que según los científicos va a ser el más fresco de nuestras vidas, se celebran muchos festejos. Agosto es mes de romerías, de comidas campestres y charangas, de procesiones, de exaltación del folklore regional… y de otras actividades simpáticas, más cuestionables, algunas chocantes, absurdas quizá. Una de las más extravagantes es el ambiente andaluz que nos ocupa desde abril, y que en Cantabria respiramos por cualquier lugar. Ha tenido –y sigue teniendo– su máxima exaltación en la Semana Grande de Santander, con bailes de sevillanas y venta de mojitos en cada calle, poniendo una nota de color foráneo –«Sevilla tiene un color especial», cantaban ‘Los del Río’–. Otra nota pintoresca, aunque supuestamente más cercana a lo nuestro, ha sido el primer campeonato mundial de comedores de sobaos, en Ambrosero, que, para pequeño disgusto del orgullo local, ganó Anier Gonzálvez, un espigado joven madrileño. (Este concurso puede procurarles fama, tanto a él –esperemos que no de comilón– como al lugar, incluso más que la procedente de cualquier otra actividad, como demuestra el ejemplo de Teodoro García Egea y su pueblo, Cieza, donde se proclamó campeón del mundo de lanzamiento de huesos de aceituna en 2008, tras proyectar la semilla ovalada, a pleno pulmón y sin canuto de propulsión, a 16,84 m).

Siendo justo, debo añadir que también por las calles de Santander ha habido una muestra del folklore regional, con el desfile de casi trescientos participantes. Al verlos recordé a Gustavo Cotera, quien con su obra se empeñó en que nadie nos empañara las tradiciones, la pureza de los trajes regionales, la mitología y muchas de nuestras esencias. Un personaje al que debemos agradecimiento eterno.

Para sí lo quisieran otros.