martes, 26 de junio de 2012

Y TÚ, MÁS (25 de junio de 2012)

Diario Montañés, 25 de junio de 2012

En verdad, no sé muy bien para qué sirven los debates sobre el estado de la región. Pero el modo en que se ha desarrollado este último ha traído a mi memoria imágenes de los albores democráticos, cuando henchidos de un afán de libertad, que aún no controlaban pero que todo lo inundaba, unos aprendices de políticos discutían en la taberna de mi pueblo y preparaban los plenos jugando la partida de dominó, entre el humo de los cigarros y los vapores del coñá. «Verás cómo se lo suelto, si me dice algo. Se va a enterar bien enterado. Le voy a dejar de piedra», vociferaba el cabecilla, refiriéndose a su contrario y golpeando sonoramente con una ficha sobre la mesa de mármol, mientras sus compañeros de juego y los curiosos que formaban un corro a su alrededor se frotaban las manos imaginando ya al adversario político desarmado ante la contundencia del ataque anunciado. No eran aquellos buenos tiempos para la dialéctica. Importaba más el desplante, los malos modos.
Sin embargo, manteníamos la esperanza de que el paso del tiempo cambiara las cosas. Al fin y al cabo estábamos dando los primeros pasos por los caminos de la democracia, demasiado acostumbrados a los modos dictatoriales anteriores. Pero el tiempo ha pasado y, como los malos alumnos que no se empapan con los conocimientos, algunos de nuestros actuales representantes, en este último debate, se han parecido demasiado a aquellos politiquillos de tasca.
En ‘El arte de la prudencia’, Baltasar Gracián recomienda no perder nunca las formas. «La finalidad principal de la prudencia –dice– es no perder nunca la compostura. Uno debe ser tan dueño de sí que ni en la mayor prosperidad ni en la mayor adversidad nadie pueda criticarle por haber perdido la compostura». Además, aconseja no cambiar los humores con los honores. «Para subir al puesto agradaron a todos, y una vez en él se quieren desquitar enfadando a todos».
¿Les suena de algo?

domingo, 17 de junio de 2012

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS (17 de junio de 2012)

Diario Montañés, 17 de junio de 2012


La gente asimila mejor las noticias graves cuando se ciñen a historias concretas. El drama del traslado de los residentes de La Pereda estaba comenzando a diluirse, porque resulta muy complicado solidarizarse con un centenar de personas sin rostros definidos. El dolor es traicionero: se desvanece en el tumulto, precisamente donde más daño hace. Es mucho más fácil aprehenderlo si se centra en casos específicos, como el de esa pareja otoñal, Ángel y Paquita, que con la historia de su amor está generando una corriente de solidaridad que puede hacerle mucho daño a quienes pretenden que acabe de una vez por todas la repercusión mediática del traslado forzoso.
Ángel y Paquita se resisten a que los separen por la fuerza. Los responsables de la reubicación de los ancianos quieren llevarle a él a Laredo, dicen que buscando su bienestar. Ellos no tienen la misma opinión. «Si te vas a Laredo, me muero», exclama ella, forzada a quedarse en Santander, mientras él la tranquiliza diciéndole que siempre permanecerá a su lado.
Quienes sí pretendían una separación rápida eran las dos jóvenes que el pasado fin de semana «entablaron amistad» con un par de catetos y terminaron con ellos en la habitación de un hotel santanderino. Allí los dejaron abandonados, tras birlarles casi dos mil euros –no es poca cantidad para alternar– que escondieron en «sus partes íntimas». En la papelera de la habitación dejaron tirado el teléfono de uno de ellos, supongo que no por falta de espacio en tan dilatado escondrijo, sino porque podía sonar inesperadamente y descubrirlo. Tras la denuncia de los engañados, un análisis físico en comisaría dejó claro que el interés de las chicas por sus compañeros de esa noche era sólo económico.
Quizás también lo sea el de quienes promueven el desalojo de la residencia de La Pereda. Si, como se sospecha, alguien se lucra con este asunto, «sus partes íntimas» se quedarán pequeñas para ocultar los pingües beneficios de la operación.

lunes, 11 de junio de 2012

DE MOOBING Y DESPRESTIGIO (11 de junio de 2012)



Diario Montañés, 11 de junio de 2012

Dicen los especialistas que quienes practican el moobing –que es la manera de llamar en inglés al acoso laboral– pretenden esconder su propia medianía en el disfraz de una autoridad prepotente e injusta. Esta semana hemos tenido conocimiento de que uno de esos potenciales mediocres, el biólogo responsable de la planta de algas de El Bocal, de Monte, ha sido condenado por el Juzgado de lo Penal número 4 de Santander, entre otras penas, a dos años de cárcel por un delito contra la integridad moral y por las lesiones que produjo a un compañero de trabajo. La noticia también manifestaba algo sorprendente: según un testigo del juicio, el condenado había venido manteniendo conductas similares, al menos, desde 1976. Si no fuera por lo sangrante del caso, de este personaje se podría decir que ya era un perito en hostigamientos.
También esta semana el director general de Protección Civil ha buscado protagonismo y ha reclamado por las bravas una parcela propia en estos menesteres de desprestigiar a los trabajadores. En el momento más inoportuno, cuando tras meses de enfrentamientos comenzaba a vislumbrarse una solución en el conflicto entre Protección Civil y el Gobierno Regional, se ha plantado a pecho descubierto y ha menospreciado profesionalmente a un centenar de bomberos diciendo que «trabajan un día, en turno de 24 horas, y descansan tres, lo que sumado al mes de vacaciones, supone que al final del año no superan los 100 días trabajados».
Por un momento, todos hemos querido ser bomberos. Pero luego el sentido común y unos someros conocimientos matemáticos nos han devuelto a la realidad, que no es otra que estos profesionales, aunque distribuidas de forma diferente, trabajan las horas legales que tienen que trabajar por convenio. El mismo sentido común que nos lleva a considerar que el director general ha dado muestras de una irresponsabilidad impropia de su cargo.
Y es que en las dificultades es cuando mejor se conoce la catadura moral de las personas.