El Diario Montañés, 31 de octubre de 2018
Se mire como se mire, el avance de
la extrema derecha supone una marcha atrás. El PP había conseguido encauzar
todos los movimientos ultramontanos dentro de la órbita democrática, donde se
sentían, si no cómodos, al menos representados. Pero hete aquí que el avance de
la intolerancia por Europa y el mundo –Bolsonaro, Salvini, Le Pen..., y, por
qué no, el propio Trump– ha impulsado también en nuestro país el resurgir de
unas ideologías que creíamos haber superado en los tiempos remotos de Blas
Piñar.
Vox, un grupo de extrema derecha,
reunió a principios de octubre a diez mil personas en un mitin en el Palacio de
Vistalegre de Madrid y, dispuestos a extender su doctrina, tienen previsto
celebrar un acto de promoción en la Universidad de Cantabria el próximo sábado.
En aquel antiguo recinto taurino proclamaron sus ideas ultrarreligiosas,
racistas y anticonstitucionales, que nunca deberían tener cabida en el ámbito
de una universidad pública, construida sobre los cimientos del progreso social,
la tolerancia y la excelencia científica.
El asunto ha generado bastante
controversia. Quienes defienden el derecho a que todas las ideas tengan un
cauce de expresión recurren a una frase, mal atribuida a Voltaire, que expresa
aquello de que, aunque esté en desacuerdo con lo que dices, defenderé hasta la
muerte tu derecho a decirlo. Queda bien, pero no todo vale. Algunos mantenemos
que un pensamiento sólo es peligroso si pasa a la acción, y por eso,
precisamente, hay que tener mucho cuidado con la difusión de ciertos pensamientos
que, en cuanto toman cuerpo, pueden tener efecto búmeran. El filósofo austriaco
Popper –que vivió las amenazas totalitarias del fascismo, el comunismo y el
nazismo durante la Segunda Guerra Mundial– definió la paradoja de la tolerancia
(gracias, Olga Agüero, por prestármela): «defender la tolerancia exige no
tolerar lo intolerante». En efecto, si una sociedad es tolerante sin límites,
su tolerancia puede acabar siendo anulada por los intolerantes cuando lleguen
al poder. Me apunto a esa paradoja. Porque la marcha atrás tiene riesgo hasta
en el sexo.
¡Que las urnas nos preserven de
ellos!