martes, 28 de enero de 2014

ANTES Y DESPUÉS DE DIEGO (29 de enero de 2014)


El Diario Montañés, 29 de enero de 2014

En Arqueología y en Historia se utiliza como referente para la asignación de fechas la del nacimiento de Cristo. Así, se habla de sucesos ocurridos «antes y después de Cristo», representados con las siglas a. C. y d. C. En los últimos años, a partir del desarrollo de métodos más científicos de datación, se ha comenzado a usar la expresión «antes del presente» (AP, en castellano, o BP, en inglés –‘before present’–). Y como el presente no es estático, los usuarios de esta fórmula tomaron 1950 como año cero.
No pretendo con lo anterior dar lecciones a nadie –«lejos de mí el afán de protagonismo»–, sino sentar las bases para construir sobre ellas un nuevo referente histórico: el que toma 2014 como año primero del renacimiento del turismo en Cantabria. Así lo ha manifestado en Fitur, basando sus esperanzas en el mundial de vela de Santander, en el Centro de Arte Botín, en un campo de golf de 18 hoyos en el Abra del Pas, en las telecabinas de Cabárceno o en los cañones de nieve de Campoo, Ignacio Diego, por lo que se podía honrar su nombre utilizando a partir de ahora la expresión «antes y después de Diego» (a. D. y d. D.). Aunque, bien mirado, ni las ideas buenas ni las estúpidas de estos proyectos son suyas, y se cometería un agravio con quienes los concibieron (recurro de nuevo a la historia: a Colón le sucedió lo mismo con Américo Vespucio. Descubrió un continente que luego bautizaron con el nombre del florentino).
Menos mal que ni Diego ni el responsable de deportes de su gobierno se enteraron del acontecimiento de este fin de semana en la piscina de Cros de Maliaño. Mil nadadores de toda España –una campeona del mundo y cuatro campeones de Europa, incluidos– llenaron de vida y consumo el arco de la bahía, gracias al apoyo de la corporación local camarguesa. Si lo llegan a saber, vienen y se cuelgan las medallas.

martes, 21 de enero de 2014

CIEN VISIONES (22 de enero de 2014)


El Diario Montañés, 22 de enero de 2014

El número cien es un referente. Ignacio Diego, antes de llegar a la presidencia regional, aseguró que necesitaba cien días para cambiar Cantabria y convertirla «en un paraíso para la actividad empresarial» y para «racionalizar las políticas públicas y centrar esfuerzos en sanidad, educación y atención a los discapacitados». Por nueve se ha multiplicado el plazo, y seguimos esperando.
Cien años ha cumplido el Racing, un centenario tan triste que no ofrece siquiera la certeza de que pueda cumplir, no ya otros cien, sino uno más. Cien días de contrato, tal y como están las cosas, desearían muchos trabajadores cántabros, ahora que la nueva ley del trabajo hace que proliferen los vergonzosos acuerdos de cinco y diez días. Cien visitas alcanzará Altamira en veinte meses, si los análisis demuestran que los afortunados visitantes no ponen en peligro las pinturas (parafraseando a Pepe Hierro, se me ocurre aquello de que «después de tanto todo para nada»).
El cien tiene algo de perfecto, de redondo, de rotundo. Y lo vengo dando vueltas en este artículo porque con él alcanzo ese número desde que comencé a colaborar en ‘El Diario Montañés’, hace ahora dos años. Han sido visiones muy críticas con el poder, acaso porque constato que los que están arriba –tengan el color que tengan– se olvidan de muchas de las cosas que dijeron que iban a hacer cuando aún no habían llegado. Pese a ello, nunca he recibido reproche alguno o consejo por parte de la dirección editorial de este periódico. Tengo libertad absoluta de opinión. Una opinión que nace, sí, de mi visión subjetiva de las cosas, de mi incertidumbre, de mis dudas, pero que siempre intenta mantener un mínimo rigor. Porque, por mucho que influya el color del cristal con el que miro, tengo claro que donde Don Quijote ve gigantes no hay más que molinos, y que donde el marmolista castreño ve nubes, solamente hay gaviotas. Que sean o no del PP, es otro cantar.

martes, 14 de enero de 2014

POR AMOR (15 de enero de 2014)


El Diario Montañés, 15 de enero de 2014

Las cuestiones del amor son muy complejas. Uno de los abogados de la infanta Cristina acaba de declarar que «la fe en el matrimonio y el amor por su marido» determinan la inocencia de su defendida en el caso Nóos. «Cuando una persona está enamorada de otra –añadió el letrado cuasi poeta–, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles».
Según esto, poco amor le debe de quedar al matrimonio del presidente francés Hollande, si son ciertas, como dice una revista del corazón del país vecino, las escapadas nocturnas que hace el mandatario para verse con una famosa actriz, que, dicho sea de paso, está de muy buen ver. Más que por amor y confianza, parece que los cónyuges presidenciales siguen viviendo juntos por conveniencia, como sospechan las malas lenguas que viven los padres de la princesa enamorada.
Lo de la conveniencia me trae al pensamiento otro amor –éste entre personas e instituciones– que también parece interesado: el de Harry con su cargo de presidente del Racing, equipo con el que viene manteniendo una relación contra viento y marea. Su postura ha provocado la ira de algunos aficionados, que creen que el amor verdadero por el club centenario es el suyo. Un amor desprendido, apasionado, ajeno a sueldos millonarios. Un amor que los ha llevado a enfrentarse al amante con insultos, lanzamientos de objetos y salivazos, y ha puesto a Cantabria en las portadas de la actualidad nacional.
Mara Dierssen –afamada neurobióloga santanderina que trabaja en Cataluña– mantiene que el amor es «una adicción química» que anula la capacidad de criticar al amado, por lo que, «en cierta manera, es ciego». Acaso sea cierto, pero no debemos perder de vista las normas legales, ni ciertos valores éticos y estéticos, porque hay situaciones en las que no sirve el consejo de Agustín de Hipona de amar y hacer lo que a uno le venga en gana.

martes, 7 de enero de 2014

ECONOMÍA Y ÉTICA (8 de enero de 2014)


El Diario Montañés, 8 de enero de 2014

En una entrevista reciente publicada en este periódico, Luis Ángel Gómez, cántabro que ejerce de director general en una empresa internacional de logística, decía que nuestro país tiene «que conseguir la flexibilidad necesaria para contratar a doscientas personas en un momento determinado y despedirlas en otro», que se debe atender a los parados con «el mínimo vital», y que los jóvenes sin trabajo no deben quedarse «en la Alameda comiendo pipas», tienen que salir fuera y aprender (aunque ahora deberán volver antes de noventa días para no perder la tarjeta sanitaria). Sus declaraciones, pragmáticas, de economista de nuevo cuño –esos que huyen del humanismo como de la peste–, me parecieron muy a tono con su actividad profesional: trabajar con mercancías y moverlas de un lugar a otro con rapidez y al menor precio posible.
Menos coherente con su antigua profesión –banquero–, aunque de mucho más compromiso social, me ha parecido la opinión de otro economista, también cántabro, Jaime Botín, que se ha despachado a gusto en un artículo publicado en ‘El País’ y ha atacado sin misericordia a la derecha española, que, según él, castiga con sus medidas de austeridad a las rentas más bajas, hace insoportable la factura eléctrica, líquida las ayudas a la cultura, la investigación y la educación, congela el salario mínimo, y reforma la ley del aborto con «el aplauso de la extrema derecha francesa de Le Pen».
Dos altos ejecutivos, dos economistas, dos visiones distintas de la realidad. Con las únicas diferencias entre ambos de la edad, la actividad y la afición por la Filosofía. El segundo tiene más años que el primero, está retirado y ama tanto esa materia que la estudia, la practica y firma sus artículos como rendido alumno. Quizá no sea tan casual que en los nuevos planes de estudio la asignatura pierda horas en beneficio de otras materias «más rentables» y menos importantes para la formación de la conciencia cívica, ética y democrática.
Así nos está yendo.