martes, 21 de febrero de 2023

SIN DAR LA NOTA (22 de febrero de 2023)


 El Diario Montañés, 22 de febrero de 2023

Una canción de Fito & Fitipaldis, ‘Por la boca vive el pez’, me ha traído al caletre a nuestro presidente Revilla. Acaso porque sospecho que se siente más vivo que nunca cuando habla en la tele. Aunque esta semana haya tenido que pedir perdón (dicen que rectificar es de sabios), consciente de que había metido la pata, sabedor de que quien mucho habla, mucho yerra. Porque cuando se opina de todo, es muy probable que el pez muera por la boca: ser sublime sin interrupción es una quimera, y más difícil en directo y a cierta edad (quien lo probó, lo sabe).

Revilla achacaba la escasez de médicos de familia a la alta nota de corte para poder estudiar Medicina en la universidad, porque «para ir a un pueblo, de médico de familia, de atención primaria, tampoco hay que tener un 14». Y los médicos se han sentido despreciados.

A poco que se conozca el tema, el problema no solo es ese. Habría que hablar de los sueldos (como son escasos, se permite contratar a «médicos extracomunitarios con la licenciatura homologada, pero sin la especialidad certificada», mano de obra barata que no puede protestar «porque nos cortan la cabeza»); de las condiciones de trabajo (agresiones incluidas); de los medios que tienen las instalaciones sanitarias en los pueblos (tanto técnicos como personales); del cumplimiento de las promesas políticas (según el nefrólogo Rafael Matesanz, lo de «gestores de la sanidad es otro eufemismo para meter en el mismo saco a expertos en gestión, políticos sin la más mínima raíz en el sector o médicos metidos accidental y temporalmente a la administración»; de…

Como diría Miguel Hernández, habría que «hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero». Llamarle al pan, pan; al vino, vino. Y analizar los problemas sanitarios sin dar la nota.

martes, 14 de febrero de 2023

VACILANDO A PEDRO (15 de febrero de 2023)

 


El Diario Montañés, 15 de febrero de 2023

Me invade la alegría cuando suena el teléfono fijo de mi domicilio. Es un aparato que hemos arrinconado con el uso del móvil, y su llamada sorprende porque casi nadie lo utiliza para comunicarse, ya que está a punto de pasar al museo de lo inútil (como han pasado las escasas cabinas que aún se conservan). Sin embargo, algunos centros de llamadas –‘call center’– siguen recurriendo a él para promocionar sus productos. De ahí mi contento, porque últimamente, cuando el teléfono fijo reclama mi atención, suelo encontrar al otro lado una voz amable, educada, indesmayable. Comienza con un saludo, diciéndome su nombre –Pedro, fue el de la última vez, y un apellido que no recuerdo, pero que prometo apuntar en el futuro–, y, sin dar espacio a mi respuesta, me ofrece ayuda para obtener subvención y poder instalar paneles solares en el tejado de mi casa. Pedro me pregunta las cosas con perfecta voz humana. Y, cuando transcurre por los cauces que te va llevando, sigue la conversación sin problema. Porque Pedro es una máquina. Me lo descubrió mi hijo Darío. «Dile que te conteste a algo que le descoloque, por ejemplo, cuál es el resultado de 3x2+5-8» (yo prefiero preguntarle si ha tenido sexo satisfactorio la noche anterior). Entonces Pedro, ¿desconcertado?, intenta seguir su camino: «No le he entendido bien, pero si me da la ubicación de su vivienda le valoro una oferta».

Por eso, cuando suena el teléfono fijo acudo con la esperanza de que tras la llamada esté esa máquina casi perfecta. Me divierto confundiéndola, hasta que, sin salida posible, decide despedirse educadamente: «Con los datos que me ofrece, no estimo conveniente instalar paneles solares en su domicilio».

Qué grande es Pedro, piensan en su empresa, aunque destruya tantos puestos de trabajo.

O precisamente por eso.

martes, 7 de febrero de 2023

CUESTIÓN DE TAMAÑO (8 de febrero de 2023)

 

El Diario Montañés, 8 de febrero de 2023

La comidilla de esta semana ha sido lo del tren y los túneles. Concretamente la imposibilidad física de que el convoy pueda entrar en ellos por diferencia de tamaño –el asunto, no lo negarán, tiene su cosa sexual–. Ya el Kamasutra recomienda la compatibilidad entre la longitud de los órganos masculinos (liebre, toro o caballo) y la profundidad de los femeninos (cierva, yegua o elefanta) para que el coito sea más satisfactorio.

El protagonista de la novela de Torrente Ballester, ‘La saga/fuga de J B’, refiere en un poema disparatado los amores irrealizables «de un tornillo del doce y una tuerca del siete», y comenta que «la diferencia de calibres hace imposible la plenitud del amor, a menos que uno de ellos se sacrifique, y, o se haga del siete el tornillo, o del doce la tuerca». En el caso que nos ocupa parece más sencillo menguar el tamaño de los trenes que agrandar el de los túneles, aunque, visto lo visto, vaya usted a saber.

Bromas aparte, la chapuza se las trae. Ahora se investiga la responsabilidad del desajuste, algo que debería estar claro desde el principio –el escalafón y la nómina son concluyentes–, pero tengo la sensación de que todos deben de estar recurriendo a lo que le decían a Torrebruno cuando actuaba como Rocky Chaparro: «yo no he sido, detective, no me eche la culpa a mí, pues entonces estaba haciendo pipí».

Volviendo al tema sexual, los consoladores, que sí se hacen de diferentes tamaños para adaptarse a cualquier abertura, también han estado, metafóricamente, en boca de todos tras el robo de siete u ocho bañados en oro –en la cantidad no hay acuerdo–, en una empresa de juguetes sexuales.

En ambos casos, aunque incomparables en tamaño, las pérdidas económicas son grandes.

Menuda jodienda.