El Diario Montañés, 27 de marzo de 2019
El
sociólogo Irving Goffman acuñó en los años sesenta el concepto de «institución
total» para referirse a lugares de residencia o trabajo «que se constituyen en
universos cerrados en los que impera el estricto cumplimiento de las normas y
la eliminación de los rasgos identitarios para alcanzar una uniformización que
se establece como necesaria». Tengo muy cercana la experiencia de algunas
residencias de ancianos en las que he podido comprobar que todo está perfectamente
reglado, que hay una hora para cada actividad y que nadie, lo quiera o no,
puede librarse de su cumplimiento. En ese sentido responden perfectamente al
concepto de «instituciones totales».
Un
amigo teólogo me comentaba esta semana que ha sido testigo de un tipo de violencia
que se practica en algunas de ellas, que filosóficamente llama «violencia de
conciencia». «Escasamente conocida –me dijo–, es impalpable de puertas afuera, pero
muy cruel porque anula la identidad y la ideología de quienes la padecen». Mi
amigo –que desde la metafísica católica ha derivado hacia un humanismo con
sentido y camina por él con todas las consecuencias– conoce el caso de un
centro geriátrico en el que los viejos más desvalidos han perdido, entre otras
cosas, la dignidad del voto libre, un derecho fundamental del ser humano. «En
estas elecciones tú vas a votar lo que yo te diga, el voto de la casa», le espetó
la otra tarde una responsable religiosa a un abuelo que le reclamaba indignado la
devolución de su DNI. Y se lo dijo con agresiva naturalidad, convencida de que
Dios, su señor, tiene muy clara cuál es la doctrina políticamente más correcta.
De
poco va a servir en casos así que Revilla beba leche cruda, que Zuloaga se
multiplique por dos, que Félix Álvarez se deje la piel, que Buruaga no
descanse, que… Al final los viejecitos más menesterosos se acercarán a las
urnas con la papeleta «de la casa» dentro del sobre, bien asesorados por las
hermanitas que los amparan en su soledad.
Así
las cosas, de una muerte digna es mejor que no hablemos. Hasta que el cuerpo
aguante.