miércoles, 25 de marzo de 2020

JUGADORES DE SEGUNDO NIVEL (24 de marzo de 2020)


El Diario Montañés, 20 de marzo de 2020

Declaraba Felipe Melo, integrante de la selección brasileña de fútbol, que cuando jugaban contra Messi se turnaban para pegarle: «teníamos que rotar para cortarle el ritmo y molestarle». No comienzo así mi artículo por tener mono de fútbol, no; es que ahora que Casado ha ofrecido su apoyo a las medidas del gobierno para luchar contra el coronavirus –sin dejar de amenazar, «tiempo habrá de dirimir responsabilidades», ha dicho–, su gente de segunda línea está saliendo decidida a ponerle zancadillas a Sánchez, que no es precisamente un Messi de la política. Y se turnan, uno tras otro, como si quisieran evitarle la tarjeta amarilla a su jefe de partido. En las redes sociales –púlpito laico desde donde cualquiera puede pontificar– dicen las mayores barbaridades, cerradas siempre con tres o cuatro exclamaciones. «Estamos en las peores manos!!! […]. Y, mientras, mueren nuestros compatriotas!!!», ha escrito uno de ellos.
La gente, sin embargo, se está tomando en serio las medidas del presidente. Este domingo, a diferencia del anterior, apenas circulaban coches; quizá por eso un energúmeno ha estado dando vueltas en la rotonda de mi pueblo (Villanueva de Villaescusa), a toda velocidad, haciendo ruido y «quemando goma». Luego salió escopetado en dirección a Obregón. Gente sin cabeza, que se cree valiente por «echarle cojones» en esas situaciones tan absurdas.
Tal y como están las cosas, los cojones hay que demostrarlos quedándose en casa. Ese es el mayor gesto de valor que puede tener en estos tiempos una persona «civilizada». Y que deberían tener los diputados de marras permaneciendo callados, porque jugar a destruir sin proponer nada creativo es muy fácil. Tanto como llenar los textos de exclamaciones, que son, en las frases, como el ruido que se hace «quemando goma» en las rotondas, o las patadas a Messi en el campo.

miércoles, 18 de marzo de 2020

QUEDÉMONOS EN CASA (18 de marzo de 2020)


El Diario Montañés, 18 de marzo de 2020

Es tiempo de reposo forzado. De mirar a nuestro interior, desconocido para muchos. Embebidos en el día a día, descuidábamos nuestros asuntos. La rutina nos marcaba la agenda cotidiana. Éramos como niños. O como viejos. Gobernados por la reiteración de horarios: de casa al trabajo, del trabajo a casa. Un día tras otro. Y, de repente, todo se va al traste por un veneno microscópico, que tal es el significado de la palabra ‘virus’.
«Ahora, bruscamente, la nave se ha detenido. Esa corriente en la que estábamos embarcados ha ido a desembocar en un remanso y ya no fluye. Era un torrente desbocado, constante, alegre durante gran parte del recorrido. Los proyectos, las ambiciones, la vanidad… eran los motores que propiciaban una buena travesía. Uno marchaba en volandas hacia no se sabe qué ambición o qué destino. Puede ser que aún estemos a tiempo de enterarnos». La frase es de Mario Camus. Confirma que la buena literatura puede traducir casi todo. Pertenece al prólogo de ‘Apuntes del natural’. Mario se refiere a su vida, al parón que le supuso dejar de hacer cine tras el rodaje de ‘El prado de las estrellas’. Pero ese torrente que se detiene, súbito, y nos enfrenta a un remanso no pretendido, es una metáfora que le viene bien a este tiempo de letargo obligado, que debería convertirse en un periodo de recogimiento respetado por todos. Porque esos héroes de la Sanidad, a los que aplaudimos cada tarde, están exponiendo sus vidas para salvar las nuestras, aun sin los medios necesarios. Sin siquiera mascarillas. Ídolos hoy, porque luchan en primera línea, pero desatendidos hasta ayer. Hagámoslo por ellos. Por todos. Quedémonos en casa.
De esta saldremos reforzados. Pero debemos saber hacia «qué ambición o qué destino» encaminarnos. Mientras tanto, entremos sin temor en nosotros mismos.

miércoles, 11 de marzo de 2020

BIENVENIDO, CORONAVIRUS (11 de marzo de 2020)


El Diario Montañés, 11 de marzo de 2020

Cuando era feliz e indocumentado no me pasaba lo de ahora, que la información me acecha en cada esquina. Por eso echo en falta en las redes sociales la labor del editor, o redactor jefe, esas personas que ponen las cosas en su sitio, dando cauce a la verdad. «Esto es cierto. Aparece en los papeles», se decía en otro tiempo, subrayando la autoridad de la letra impresa, que previamente había sido supervisada por personas con oficio. Ahora los bulos están al alcance de cualquiera y circulan con impunidad, porque, como en el siglo XX, también en el XXI –lo dice el tango– «los ignorantes nos han igualao». Y a ese carro de ilustres ignorantes se suben muchos por diversas razones.
Viene esto a cuento por el asunto del coronavirus, que se está expandiendo como virus imparable por los cauces de internet, que aguantan cualquier falacia sin desbordamientos. Que estamos ante un virus nuevo y desconocido, es evidente; pero que hay saturación informativa, también. Si hubiésemos dedicado a la gripe del año pasado toda la atención que estamos dándole este año al coronavirus, habríamos dado noticia de 53 muertos diarios durante los cuatro meses que suele durar el brote de la enfermedad, cifra que habría sido de 125 fallecidos diarios en 2018. Tan macabro reguero sería insoportable.
Yo no soy quién para decir que esto del coronavirus no tiene importancia –doctores tiene la Santa Madre Iglesia–, pero coronavirus ha habido cada dos por tres, disfrazados de una u otra manera, y en desenmascararlo, para luchar contra él, están empeñados los científicos.
Bienvenido, coronavirus, dicen muchos interesados. Entre otros, el rey emérito, porque lo suyo de los 100 millones de euros ha pasado a segundo plano. Y eso que con la corona y Corina el juego de palabras estaba asegurado.

miércoles, 4 de marzo de 2020

TERROR DESMEDIDO (4 de marzo de 2020)


El Diario Montañés, 4 de marzo de 2020

Desde la adolescencia he sido aficionado al cine de terror. Los ciclos que proyectaban en el desaparecido cine Roxy colmaban mis miedos con películas que, vistas con ojos de hoy, resultan ingenuas. Tanto como las que asustaban a mi padre, que después de ver en El Astillero las de Fantômas regresaba a Villanueva con un amigo, cargando ambos con piedras en los bolsillos para defenderse de posibles asaltos del perverso personaje. Confundían ficción y realidad. («¡Qué bien han trabajado los hijos de Cañas!», decía mi bisabuelo Ramón Zarrabeitia Celaya –vasco de pura cepa, llegado a Cantabria por motivos de trabajo– tras ver alguna película en el cine de Guarnizo, en un local que regentaba la familia Cañas).
Hoy no somos tan ingenuos. Necesitamos que el miedo sea plausible, cercano. Que se revista de amenaza real, porque el miedo de la pantalla no nos asusta ni con regueros de sangre. Lo vemos como una ficción.
La gripe, que se llevó por delante a 15.000 españoles hace dos años y a 6.300 el año pasado –las estadísticas de este aún no se han publicado–, también ha pasado a ser como una película que, por repetida, no tiene color. Es en blanco y negro y, además, conocemos su final, el mismo cada temporada. Por eso hemos creado nuestra propia ficción con la versión íntegra en tecnicolor del coronavirus, que, publicitada en todas las televisiones en horario de máxima audiencia, consigue ponernos los pelos como escarpias. Era algo que echábamos en falta, porque necesitábamos sentir otra vez el miedo de verdad.
Mi padre cargaba piedras en los bolsillos para luchar contra el terror. Hoy nos prevenimos con mascarillas, algo también ridículo. Pero puedo estar equivocado. Al fin y al cabo, no soy médico ni crítico de cine. Y en este rincón tengo escasas certidumbres.