martes, 27 de febrero de 2024

CHARLA CON UN PORTERO DE DISCOTECA (28 de febrero de 2023)

 


El Diario Montañés, 28 de febrero de 2023

«Primeramente hay que usar la cabeza; tiempo habrá para utilizar las manos». Y mostraba las suyas, potenciales racimos de hostias. Los fines de semana trabajaba como portero de discoteca para obtener un sobresueldo. «De ahí viene lo de anteponer la fuerza del diálogo; es necesario hablar con los jóvenes cuando tienen una copa de más y van de gallitos». Paseábamos por El Raval barcelonés, una zona de turismo tumultuoso, muy atractiva para carteristas. Yo lo hacía con la despreocupación de llevar a mi lado su figura imponente, capaz de derribar un becerro a puñetazos (matarife de oficio, estoy por asegurar que llegó a hacerlo alguna vez). 

Nos hemos reencontrado en un bar. Tomo precauciones, porque sus apretones de manos son de una efusividad peligrosa para mis dedos. Han pasado varios años y sigue tan fornido como entonces. Tras habernos puesto al día sobre nuestras cosas, me suelta: «Vaya mierda lo de Koldo». Y comienza a maldecir a quien fuera mano derecha del ministro, «para más inri socialista», que aprovechó el puesto para enriquecerse con la desgracia de los demás. «Tampoco me gusta Ábalos, tiene aspecto de perdonavidas. Dios los cría y ellos se juntan. Parecían hechos el uno para el otro». Pedimos cerveza y unos pinchos de tortilla. Musita entre dientes que todos cambian cuando alcanzan el poder. «Quién iba a decirlo. El Koldo de las pelotas…». «Y también su entorno. Tan responsable es quien comete el delito como quien lo facilita –aclaro–. El presidente llegó a ponerlo como ejemplo para la militancia». «Si lo que buscaba era un modelo para la Modelo, acertó. Yo sería incapaz de actuar de esa manera». Sonrío recordando un relato de Lauro Olmo: «Por eso nunca serás perito en gambas… y mucho menos en langostas. Confórmate con esta tortilla. Tiene muy buena pinta».


martes, 20 de febrero de 2024

CONSTRUIR CULTURA (21 de febrero de 2024)

 


El Diario Montañés, 21 de febrero de 2024. Fotografía del Blog de MUCHOCASTRO 
con fotos antiguas de Castro Urdiales, por Juan Francisco Ureta

Hace tiempo, lo antiguo se consideraba viejo, pasado de moda. Muebles rústicos, camas de hierro, aparadores de madera, cantareras, artesas… eran objetos de desperdicio para provecho de anticuarios. Las gentes, por desconocimiento, se desprendían de todo en nombre de una modernidad de muebles contrachapados y formica.

Algo parecido ocurrió con el boom de la construcción. Se demolía edificios señeros para construir espacios apenas habitables. Cuando fui a vivir a Castro Urdiales, hace más de treinta años, un maestro de obras protestaba porque la nueva autovía constreñía el desarrollo del pueblo. Viendo el terreno que quedaba hasta la calzada, me pareció absurda tal apreciación. Estaba equivocado. En los once años que permanecí allí, el pueblo se convirtió en ciudad y sus edificaciones llegaron hasta la autovía con la facilidad que previó aquel técnico del ladrillo. Años antes, con similar especulación de unos, y contando con la ignorancia interesada de otros, sus compañeros de profesión habían demolido edificios señeros de la cultura, entre ellos iconos como el Cine Club Ágora, el teatro de La Villa o el teatro Argenta. Desde entonces, entre promesas y retrasos, la ciudad sigue esperando la construcción de un edificio que acoja un cine-teatro. Se ha creado, incluso, una Asociación de Amigos del Cine y el Teatro que empuja para que la idea se consolide. Nada han conseguido. Acaso importunar a las autoridades.

La pasada semana solo 140 personas pudieron disfrutar de la proyección de la película ‘El maestro que prometió el mar’ y el posterior coloquio que esa Asociación había organizado en el Salón de Actos del Instituto Ataúlfo Argenta. Otras no pudieron entrar.

Ninguna ciudad debería permitir tales situaciones. Y menos una de 60.000 habitantes. Porque, aunque resulte fácil destruir la cultura, a la larga es más rentable construirla. Por el bien de la salud ciudadana.


martes, 13 de febrero de 2024

RETROCESO LECTOR (14 de febrero de 2024)

 

El Diario Montañés, 14 de febrero de 2024

Ahora que los cántabros estamos en la estadística lectora por debajo de la media nacional, rememoro tiempos mejores. En mi juventud, cuando la televisión era el único enemigo declarado de la lectura, los aficionados solíamos realizarla con fruición. Incluso en el retiro del retrete –valga la redundancia–, leer era una ocupación rutinaria que solía llevar a los tuyos a interesarse por tu salida. Y no respondías por el tiempo que podría llevarte la evacuación, sino por el que considerabas necesario para dejar la novela en un capítulo cerrado. Henry Miller, el autor maldito –bendita maldición que hizo que leyéramos la mayor parte de su obra en la discreción del váter–, dice en su libro breve, ‘Leer en el retrete’, que alguno de sus amigos «incluso tienen allí una estantería». Otra época. Otros afanes.

La editorial Oberon ha iniciado una colección de libros para leer en el retrete que, aunque momentáneamente tenga éxito (‘El libro gordo del retrete. Lecturas interesantes para momentos íntimos’ y ‘El libro gordo del retrete. Grandes mentiras, falsos mitos y errores de la humanidad’), deberá luchar contra un enemigo poderoso que ha entrado sin excusas en el excusado con total seducción: el teléfono. Tal es así, que un estudio de la Universidad de Barcelona revela «que las pantallas de los teléfonos móviles pueden contener hasta treinta veces más bacterias que la tapa de un inodoro». Desconozco si esto le sucedía al papel, pero el asunto denota un doble problema: primero, el teléfono se ha infiltrado definitivamente en nuestras vidas; segundo, con su atractivo ha desplazado al libro de nuestros pocos momentos de recogimiento, incluso de los de mayor privacidad.

Dios me libre de pensar que la lectura haya podido caer solo por esas causas. Pero con tal perspectiva seguirá su regresión. Aquí… y en Lima.

 

lunes, 5 de febrero de 2024

AL MODO DE CARMEN SEVILLA (7 de febrero de 2024)

 

El Diario Montañés, 7 de febrero de 2024

Los científicos llevan tiempo advirtiéndonos del cambio climático y explicándonos sus causas, pero aún mucha gente sigue aferrándose a razones supersticiosas. Desde que se tiene noticia, en nuestro país han existido las ‘rogativas propluvia’, rezos y procesiones para pedirle a los santos su intercesión para el regreso de la lluvia. En 1945, el fraile soriano Francisco Irañeta parecía conocer el origen de la pertinaz sequía, que atribuyó entonces «a la inobservancia de los días festivos, el horrendo pecado de la blasfemia y el pecado de la impureza».

Todavía en el siglo XXI los obispos continúan pidiéndonos que roguemos, aunque ahora sin culpabilizar a nadie de este estiaje perpetuo; el de Córdoba, muy pragmático, acaba de proclamar que «Dios sabrá cuándo y cómo nos la enviará [la lluvia], pero nosotros no dejemos de pedírsela». No sea que…

Entre la Ciencia y la Religión, Isabel Ayuso ha intercalado un tercer factor de juicio: la Filosofía. Pero no la orteguiana, a la que tanto gustaba recurrir el profesor Tierno Galván, sino la sevillana (de la escuela de Carmen Sevilla), que se basa en afirmaciones tan incongruentes como campechanas y tiene mucho calado popular, aunque en el caso de la madrileña, que no da puntada sin hilo, siempre realizadas con intereses políticos bien calculados. Ni pecados ni tonterías, dice, porque parece tener claro que las causas de la sequía son de otro origen: «Tras el cierre de las plazas de toros [en Cataluña] han llegado la sequía y el control político». Ole, ole y olé.

Como quiera que la Cantabria taurina y glamurosa ha congregado a 250 personas en el Palacio del Mar, me he tranquilizado. Con tal vocación torera regional, si es cierta la filosofía sevillana de Ayuso, la lluvia llegará para colmar el pantano del Ebro.

No puede ser de otra manera.