miércoles, 29 de abril de 2020

FILÓSOFO DE PUEBLO (29 de abril de 2020)


El Diario Montañés, 29 de abril de 2020

Cree que sabe mucho, sin duda. De casi todo. Habla alto para hacerse oír. Es un filósofo de pueblo que tiene claro que esto del coronavirus es un invento para tenernos encerrados en casa. «Siempre nos han querido pisar. Primero la Iglesia; luego, ellos. Todo es mentira. Es una prueba para ver cómo respondemos». Sentado en el alféizar de la ventana, en la planta baja de su casa, desde la perspectiva de su edad provecta, habla y no para. Sin mascarilla ni tonterías de esas. Es la filosofía del «si-yo-te-contara». La voz que llaman de la experiencia y muchos escuchan.
Es domingo. Los niños salen a la calle y se producen los primeros desacuerdos. Parece que el kilómetro que tienen de permiso para recorrer desde su domicilio es coincidente en la mayor parte de los casos; al menos casi todos esos metros han convergido en la misma zona, y las calles han vuelto a mostrar un aspecto de domingo casi normal. Somos testarudos. Las cifras de muertos han ido golpeando sobre nosotros hasta acostumbrarnos, como si fueran lluvia fina, como si ya estuviésemos calados y las gotas nuevas no nos mojasen.
Deseo que esto no suponga una próxima recaída, pero la verdad es que algunos parecen incorregibles. Salen a aplaudir a las ocho de la tarde, pero desobedecen las normas a cualquier hora de la mañana. Es como si le hicieran caso al sabio del alféizar. Ese que no cree en otra cosa que no sea despotricar contra todos. «Ay, si me dejaran gobernar a mí…», dice, y ni siquiera ha sabido poner orden en su casa. Seguidor de la teoría del «por cojones», se ve reflejado en el pensamiento del mandamás mundial. Pero no se ha inyectado desinfectante porque todavía tiene un poco de sensatez. Hasta ahí podíamos llegar.

miércoles, 22 de abril de 2020

PIDO LA UNIÓN (22 de abril de 2020)


El Diario Montañés, 22 de abril de 2020


Aunque queramos despertar de la pesadilla, el virus todavía sigue ahí. Por eso no se han podido abrir hoy miércoles las puertas de la Feria del Libro de Santander. Sin embargo, si cierro los ojos no me cuesta imaginar, a ambos lados de la carpa, los puestos repletos de libros ofreciendo en sus páginas las voces inmortales de los espíritus muertos y las palabras recientes de los autores vivos. El libro ha perdido este mes su semana grande santanderina, que iba a ser de doce días, aunque ha ganado un lugar de honor en nuestra reclusión, compañero siempre dispuesto a aportarnos «un tesoro de contento y una mina de pasatiempos».
Le debemos mucho a los libros. La historia del hombre comienza cuando la escritura pintó las ideas y la oralidad tomo cuerpo en los grafismos. Todas sus andanzas anteriores hay que rastrearlas en las huellas de los estratos inciertos, sedimentos de información limitada. Solo cuando se inventó ese instrumento tan asombroso que es el libro –extensión, según Borges, de la memoria y de la imaginación–, la luz del verbo desvaneció las tinieblas. Y ahora, en estos tiempos de bulos y saturación informativa, debería ser, además de herramienta de formación, belleza y distracción, notario de la verdad.
Cuando la tragedia del coronavirus afloje y volvamos a la normalidad aparente, los actores de la cadena del libro –autores, editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, educadores, promotores y lectores– debemos regresar unidos para proteger su delicado ecosistema. Nadie debería transitar el camino en solitario, porque todos estamos implicados en la misma empresa y padecemos similares amenazas. La administración, por su parte, tendría que liderar las acciones con una línea decidida de ayudas económicas al sector, porque, aunque inmaterial, el libro es un alimento de primerísima necesidad.
Y no solo de pan vive el hombre.

miércoles, 15 de abril de 2020

PATRIOTAS DE VERDAD (15 de abril de 2020)


El Diario Montañés, 15 de abril de 2020

Vaya por delante que considero que la mayor parte de los ERTE que se han realizado en España han sido pertinentes, aunque en algunos casos mantengo la duda. Para no politizar el asunto, me centraré solamente en el deporte; dejo a las grandes empresas al margen.
Canturreo estos días una canción de Víctor Manuel de finales de los setenta. «Cuando hablen de la patria, no me hablen del honor, no me cuenten batallas ganadas cara al sol», decía. Creo que me ronda porque con esta crisis se está recurriendo demasiado al concepto de patriota. Bien, me diréis, ¿y qué tienen que ver los ERTE con la consideración de patriota? Intentaré explicarme: Algunos clubes deportivos, que incluso reciben subvenciones de las administraciones públicas, han recurrido a los expedientes de regulación a las primeras de cambio. Tal medida ha supuesto cargar al Estado con el 70% de las nóminas de sus empleados y no aportarle ningún ingreso por pagos a la Seguridad Social. Triple gravamen, si se ha recibido ya, o se va a recibir, alguna subvención. Y lo que me desagrada de este asunto es que son pocos los que esperaron para ver cómo se desarrollaba la situación, porque la mayoría tramitó los ERTE en la segunda quincena de marzo, primera del confinamiento. ¿Y saben por qué los grandes clubes solo han recurrido a las bajadas de sueldo? No por una cuestión solidaria, sino porque el máximo que puede cobrar un trabajador en ERTE son 2.000 euros mensuales, cantidad irrisoria para las estrellas.
Admiro a quienes, por el contrario, siguen tirando de sus reservas sin exprimir la teta del Estado. Ellos generan la riqueza que mantiene la sanidad, la educación, los servicios públicos, en fin. Son patriotas de los de verdad, aunque no se envuelvan en banderas. O precisamente por ello.

miércoles, 8 de abril de 2020

MORAL Y ÉTICA (7 de abril de 2020)


El Diario Montañés, 7 de abril de 2020 ©Javier Rosendo

Esta Semana Santa se presenta diferente a las demás. Habitualmente Miguel Ángel Revilla protestaba cuando al llegar estas fechas el hombre del tiempo no acertaba en sus predicciones. Hace dos años subió a Peña Cabarga y se grabó en mangas de camisa para enviar un mensaje a los meteorólogos, recriminándoles su error: habían pronosticado lluvias en Cantabria, y ese día el sol era radiante. Con el turismo no se juega –dijo–, porque es nuestra principal fuente de ingresos.
Lo que cambian las cosas. Ahora que los turistas no van a venir por la cuarentena, esta lluvia de abril llega como agua de mayo para apagar los numerosos incendios que estaban activos en la región. En ese sentido es lluvia amiga. Porque lo del fuego en el monte se repite siempre que sopla el sur, estemos o no en cuarentena. El instinto atávico de los incendiarios se reactiva cuando el campo se seca y la maleza semeja yesca.
Los vigilantes del visillo –más seguros que nunca, pues han descorrido las cortinas y han dado un paso decidido hacia el balcón para denunciar a todo aquel que infrinja la ley del encierro– hacen la vista gorda ante los incendiarios. Y resulta sorprendente, porque además saben quiénes son. Pero no es cuestión de denunciarlos, al fin y al cabo, según su corto criterio, no salen a dar un paseo por el monte, que sería lo dañino; solo salen a quemar rastrojos, como se ha hecho siempre. Esa mentalidad criminal la encubre la costumbre (‘moris’), que suele conformar la moral de los pueblos. Sin embargo, lo moral no siempre coincide con lo ético, pues la ética permite distinguir, tras un ejercicio de raciocinio, lo que está bien y lo que está mal. Una destreza –esta del raciocinio– demasiado complicada para las mentalidades cerriles.

jueves, 2 de abril de 2020

ESTAR A LA ALTURA (2 de abril de 2020)


Diario Montañés, 2 de abril de 2020

Esta crisis nos está haciendo valorar como se merece al personal sanitario. Es la primera fuerza de choque, la última trinchera en la que depositan todas sus esperanzas los enfermos. En su profesionalidad, primero, y en su ternura, después, cuando ya no queda otra salida. Porque esta enfermedad que roba el aliento, hurta también la presencia de los seres queridos en la hora del adiós. Es entonces cuando aparece esa mano desconocida, cubierta con un guante que aleja del virus pero no del enfermo, y da la última muestra de cercanía a la mano que se va, mientras su dueño se esconde detrás de una máscara que, además de protegerlo, oculta sus lágrimas. Los aplausos de las ocho de cada tarde les vienen bien, les dan fuerza para volver a la lucha del día siguiente con el mismo empeño, aunque conocedores de que aún no se dispone de todas las armas necesarias.
La sociedad civil se ha puesto a la labor y no cesa en su empeño de paliar con iniciativas encomiables esa falta de medios. Los ejemplos solidarios surgen por doquier. Además de las universidades, que investigan sin descanso, y las empresas, que ponen su tecnología al servicio de la fabricación de respiradores y otros aparatos muy necesarios, cientos de ciudadanos anónimos están fabricando artesanalmente mascarillas, pantallas de protección y bolsas de basura que adaptan como batas. Está claro que, si se la necesita, la gente sabe dar un paso hacia delante.
La clase política, sin embargo, en vez de remar unida en una dirección para luchar contra el enemigo común, anda a lo suyo, porque en río revuelto suele haber ganancia de pescadores.
Es evidente que la talla humana debe manifestarse ante las dificultades. Pero hoy por hoy algunos no saben estar a la altura de las circunstancias.