jueves, 29 de julio de 2021

EL PLUSCUAMPERFECTO (29 de julio de 2021)

 

El Diario Montañés. 29 de julio de 2021

Basta con pasear por el Sardinero para comprobar que le estamos perdiendo el miedo al virus. Playas, circo, ferias y arte conviven con naturalidad con el vacunódromo, logrando una mezcla que reúne tumultos en poco espacio. Al tiempo se dan gritos de gozoso pavor en las atracciones; sonrisas bajo la carpa; expresiones de pasmo ante algunas manifestaciones de Artesantander; placidez, cigarro en mano, en las terrazas cafeteras; y citas para vacunar contrarreloj y evitar así el colapso del hospital de Valdecilla, que vive una realidad diferente al otro lado de la ciudad. 

En verdad hay mucho relajamiento. Y, lo que es peor, un montón de negacionistas que no respetan las medidas sanitarias porque las conciben como ataques a su libertad. Me comenta una enfermera que tiene un hermano que niega todo, pese a que conoce su día a día con los pacientes. Es tan problemático como esos «preparados» que sueltan dislates en las redes. Conozco uno que consume el tiempo imaginando los planes perversos que tiene la administración para dominarnos como corderos. Últimamente ha dado en especular sobre el peligro de las vacunas que posiblemente administren a los más pequeños cuando comience el curso. Y como posee facilidad para la escritura, ha preparado un documento que pueden presentar los padres en los colegios, en el que exige, entre otras sandeces, conocer el «nivel de experimentación previa en población infantil», como si la vacunación se aprobara sin contraste científico. Cada palabra del escrito es un palo en la rueda sanitaria. 

Reconozco que el otro día, en un arranque, le mande a tomar… vientos. En nombre de esa enfermera y de tantos otros. Por cierto, este individuo exhibía al comienzo de la crisis un certificado que le permitía circular sin mascarilla. 

Los pluscuamperfectos cuidan cada detalle. Aunque sea para joder al prójimo.


miércoles, 21 de julio de 2021

QUE VUELVA EL FÚTBOL (21 de julio de 2021)

 


El Diario Montañés, 21 de julio de 2021

«Cuando cada ‘yo’ sea una ética, que será un vivir y una conducta, la sociedad podrá alardear de culta y civilizada». Esto escribía en enero de 1936 Antoni Benaiges, maestro tarragonés que ejerció en Bañuelos de Bureba. Seis meses después, el 19 de julio, fue uno de los primeros asesinados tras el golpe militar de hace 85 años. ¿Qué hemos avanzado desde entonces?

Sumidos en diferencias, por momentos más irreconciliables, rumiamos la cáscara de las cosas, incapaces de penetrar en su meollo intelectual. Hablamos con fruición de chuletones, de ‘matrias’, de equilibrios entre pandemia y economía, de la suspensión de los derechos fundamentales que Vox ha preservado –la realidad como no es en absoluto–, de los insultos a los suyos –no quiero pensar en los que aplicará a los demás– del poderoso Florentino Pérez…, pero no profundizamos en el hondón de los argumentos.

Da igual que expertos en alimentación recomienden disminuir el consumo de carne; que escritores como Virginia Woolf, Unamuno, Isabel Allende o Jorge Luis Borges, entre otros (bendita Wikipedia), utilizaran el concepto de ‘matria’ sin que nadie se rasgara las vestiduras; que los epidemiólogos nos recomienden sensatez. En este tiempo nuestro en que la luz de la ética personal se apaga con la sinrazón de las redes y el poder sombrío de la economía, todo se batalla. Cuando las cosas vienen de una parte, resultan simpáticas para unos y ofensivas para otros –los insultos de Florentino se comentan con media sonrisa–. Y viceversa. Si las recomendaciones provienen del otro lado, surgen los chistes o los ‘tweets’ de algún colocado que defiende su sueldo con uñas y dientes.

Mientras no tengamos un ‘yo’ ético, lo ideal es que vuelva el fútbol. Es mil veces mejor discutir sobre lo intrascendente. Todo sea por el bien patrio. O ‘matrio’.


martes, 13 de julio de 2021

GENERACIÓN BABY BOOM (14 de julio de 2021)


 El Diario Montañés, 14 de julio de 2021

Éramos, o al menos así creíamos, la generación de la esperanza. Nacidos entre los años 50 y 70 del pasado siglo, fuimos los primeros en acceder mayoritariamente, con los esfuerzos obreros de nuestros padres, a una Universidad que por los años 70 comenzaba a crecer en España, pública, prácticamente gratuita y casi democrática, pese a la permanencia del caudillo en el machito de la nación. La educación, de esa forma, comenzó a extenderse para todos, y poco a poco constituimos un grupo de jóvenes preparados para llevar firmes las riendas del país. Y así hicimos, integrándonos en profesiones de «las de carrera», que anteriormente estaban vetadas para la mayoría. Fuimos un grupo de gente con «sangre sucia» –en el argot de aquellas cunas privilegiadas que ostentaban la misma profesión de abuelos a nietos, como un derecho de herencia– que se integró con naturalidad en los puestos de mayor responsabilidad. Licenciados, diplomados, bachilleres… formamos una naciente clase media; fuerte entonces, ahora no tanto.

Pero hete aquí que con la jubilación que nos llega resultamos una carga demasiado onerosa para las arcas estatales. Mi amigo Nicanor Valle, médico de familia –como yo hijo de un carpintero–, me comentaba que cuando se retirara nuestra generación, esa que llaman del ‘baby boom’, quedarían libres miles de puestos de trabajo, lo cual, unido a la baja natalidad que se produjo de los años setenta en adelante, prácticamente dejaría el paro en cifras nunca vistas en nuestra nación, por lo menguadas. El problema es que ni él ni yo previmos entonces un hábito malsano que se está imponiendo tanto en la empresa privada como en la pública: la amortización de los puestos de trabajo.

Y conviene observar que la raíz de la palabra, aun escondida, ya evidencia el problema: ‘mortis’. En nuestro caso, «dejar morir».

martes, 6 de julio de 2021

DESMADRES (7 de julio de 2021)

 


El Diario Montañés, 7 de julio de 2021

El avance de los botellones, en ocasiones acompañado de hojas de navaja brillando a la luna, sitúa a Cantabria a la cabeza nacional de los contagios por covid. Dicen los responsables del ocio nocturno, ahora cerrado, que es porque ellos no pueden cuidar de los jóvenes a partir de las tres de la mañana, ya que a esa hora deben bajar la persiana, y era en realidad cuando la levantaban para permitir la entrada a sus salas de diversión a media luz. A partir de ese momento, estiman, comienza el desmadre, que, según la RAE, es la juerga desenfrenada (con la inhibición de los padres, no en vano otra de las acepciones de ‘desmadrar’ significa separar a las crías de la madre). Hasta ahí quería llegar: al papel de algunos padres en este sainete.

Margarita Seisdedos se hizo famosa por llevar un ladrillo dentro del bolso para golpear a todo el que pretendiera asediar a su hija, Tamara, que había sido encumbrada a la fama desde la incultura de los ‘reality show’. Belén Esteban, princesa del pueblo gracias a esos mismos ‘reality’, sentenció con su peculiar acento que «yo, por mi hija, mato», frase que quedó grabada para siempre en el corpus lingüístico nacional. Y, mira por donde, Arantxa de la Fuente, abogada y madre, a quien algunos tildaron de «madre coraje» –le manda huevos–, ha presentado una denuncia contra el gobierno balear «por detención ilegal» de su hijo en la gran movida insular que se había desencadenado con los viajes programados de fin de curso; movida que obligó posteriormente a que algunos jóvenes guardaran cuarentena en un hotel de cuatro estrellas, ante el peligro de una infección. Menos mal que mamá obligó a fletar un barco para sacarlos de aquel infierno.

Pena de mili, que diría Pérez Reverte.