martes, 30 de marzo de 2021

MALOS MODOS (31 de marzo de 2021)

 


El Diario Montañés, 31 de marzo de 2021

La situación política está crispada. Los insultos han regresado en estos tiempos de miseria moral, si bien nunca se habían ido totalmente. Todo vale para desprestigiar al otro. Hasta se traen citas de cuentos clásicos, cogidas por los pelos, para darle cierto sentido cultural al desprecio; ocurrencias de pie forzado que no difieren del insulto. «Gilipollas e hijo de puta» le espetó el concejal de Vox a Javier Ceruti, en lo que consideró después «la típica discusión de una reunión… sin trascendencia ni importancia». Y pese a que fuera él quien insultara, dijo que «por su parte todo estaba cerrado». ¡Faltaría más! Ahí me las den todas.

Estos días de Semana Santa pueden venirnos bien para rebajar tanta tensión acumulada, pese a que las fronteras deberían impermeabilizarse mejor, porque hay algunos turistas que parecen venidos de fuera, aun con los cierres perimetrales. Aunque a lo mejor esas mismas irregularidades viajeras nos distraerán de otras que tienen al personal cabreado, tanto en Santander, con los espigones, como en la zona pasiega, con el plan eólico de Garma Blanca, que al parecer habían tramado quienes pensaron primero que era una lotería y ahora consideran «una brutal agresión». Cambios de criterio que confirman la sombra alargada de Toni Cantó.

Quien no cambia de opinión es el obispo de Santander, que niega el derecho a la muerte con un final digno, elegido personalmente. Su postura defiende solo el derecho a la vida en cualquier circunstancia.

A la distensión debería ayudar también que el gobierno permita abrazos y besos en las residencias de nuestros mayores. Tampoco vendrá mal que veamos la Pasión de Castro Urdiales en versión digital, desde nuestro sofá, como si de un ‘reality’ se tratara. Así, igual regresamos al trabajo con menos agresividad y más civilizados. Que falta nos hace a todos.


sábado, 20 de marzo de 2021

ELOGIO DE LA VAGANCIA (24 de marzo de 2021)

 

El Diario Montañés, 24 de marzo de 2021

Ser vago cuesta mucho trabajo. Pensar cada día qué hacer para no estar ocupado y parecerlo tiene mérito, pero esa es una de sus principales virtudes: el fingimiento. El buen vago debe parecer siempre activo. Y llegar con prisa a las citas, como el conejo de Alicia, porque sus ocupaciones lo reclaman. El vago profesional, además, debe huir del mal hábito de meter las manos en los bolsillos, ya que gesticular es lo que verdaderamente oculta su indolencia. También ayudan mucho una mirada indisimulada al reló y resoplidos como de fatiga. Un ¡uf! soltado en el momento oportuno le descarga de responsabilidades, porque indica dificultad ante una situación, pero no desgana. Es una especie de yo lo haría, pero no es el momento, hay que darle muchas vueltas al asunto, nos va a llevar tiempo. La procrastinación, no lo olvidemos, es otra de las características principales del vago, además de la de ser perito en resoplidos. Dejar siempre para mañana lo que se puede hacer hoy, aunque mañana parece demasiado pronto, porque, constante en la apatía, permanece anclado en la primera persona del presente inactivo.

De entre los vagos prefiero a los chistosos, dispuestos siempre a endulzar con un chascarrillo decisiones que hayan podido anular la posibilidad real de solucionarnos algo. Los admiro. La escasa energía que consumen la aplican en complacer nuestro ánimo. Son como como árnica para los noes. Magos anímicos, que dicen que sí mientras piensan que no. Artistas de la pachorra con los que apenas cuesta dejarte engañar.

El articulista vago, puede pensarse, es capaz de escribir de cualquier tema antes que opinar sobre lo que está pasando en la política de este país de charanga y pandereta. En mi caso, créanme, no es por vagancia. Es la pereza que produce predicar en el desierto. ¡Uf!

lunes, 15 de marzo de 2021

ESTVDIO (17 de marzo de 2021)

 


El Diario Montañés, 17
 de marzo de 2021

Cuando alguien necesitaba información sobre novedades literarias, Estvdio era el lugar ideal para obtenerla. Sobre todo, su librería de la calle Burgos. Allí hojeábamos las últimas publicaciones, charlábamos con sus trabajadores y manteníamos encuentros con los autores. Aquel local fue nuestra particular catedral seglar para conversar de literatura. La librería también eran sus dependientes, buenos amigos para cuanta orientación necesitáramos (Ángel, Miguel Ángel, Lidia, Paco…). Algunos desaparecieron en los tiempos difíciles dejando vacíos irrecuperables. Y librería eran sus dueños, Lourdes, José María y Valeriano, hermanos de vida y en proyectos. Amabilidad, cariño muchas veces; rigor y profesionalidad, siempre. Libreros de cabecera que sabían prescribir lo más conveniente para las necesidades lectoras de cada cual, y recetaban lo mejor para el alma.

Además de como cliente, acudí regularmente a Estvdio como responsable de Anaya. En mi juventud, sin haber entrado aún en la treintena, trataba con Valeriano de asuntos profesionales entre la editorial y la librería. De él, hombre ya maduro entonces, mi padre comercial siempre, he aprendido mucho. Sobre todo, lo conveniente que resulta separar el trato mercantil del humano. Manteníamos encuentros que en ocasiones eran tirantes y difíciles. Valeriano estaba detrás de la mesa de su despacho; yo, al otro lado. Cuando terminábamos las cuestiones profesionales, abandonaba su puesto tras la mesa «de negocios» y se acercaba a mi lado. Entonces, cuando ya nada nos separaba, se interesaba por temas personales, «¿Qué tal Angelines?, ¿y la familia?». A veces entraba José María, siempre dispuesto a contar un chiste malo, porque, aunque ponía la mejor intención, no tenía vena humorística. Y a la salida esperaba Lourdes, para despedirte arropando tu mano entre la suyas.

El edificio de la calle Burgos queda vacío de ese calor humano. Solo guardará recuerdos, porque, lo ocupe quien lo ocupe, ya nada será como fue.



miércoles, 10 de marzo de 2021

REGRESO A LOS ENTRENAMIENTOS (10 de marzo de 2021)

 

El Diario Montañés, 10 de marzo de 2021

El 14 de marzo de 2020 se declaró el estado de alarma, medida esencial para ponerle freno a una pandemia que entonces comenzaba a desbocarse. Un año después conocemos parte de las secuelas que ha generado el covid: muertes, precariedad en la sanidad pública, cierres de empresas, pérdidas de trabajo…, y que se ha desplomado la natalidad sobre unos datos que ya eran preocupantes. En nuestro país han nacido, en diciembre y enero, 13.141 niños menos –un descenso del 23%–, justo cuando se cumplían nueve meses de aquel encierro forzoso que quizá aumentara las relaciones sexuales por la convivencia obligada, pero que desató el temor de traer descendientes a un mundo de futuro incierto. Sospecho que pronto sabremos que la obesidad infantil, que ya estaba disparada, también habrá crecido en estos meses de prohibición de los entrenamientos deportivos para los menores. Al menos en el ámbito público, porque el impedimento de que los más pequeños entrenaran se podía eludir en ciertos deportes acudiendo a la esfera privada.

La ley, aunque dura, si se aplica para todos por igual tiene un sentido de justicia –justeza–, que pierde cuando busca resquicios para adaptarse a otros intereses. De cumplirla no nos exime su desconocimiento, aunque sean los legisladores quienes desconozcan algunas características específicas de los lugares en los que se realizan los deportes. Un ejemplo: la última resolución del BOC permite el regreso de treinta personas a los entrenamientos en piscinas deportivas, sin distinguir –quizá por ignorancia– entre las de seis y las de ocho calles, un factor que cambia sustancialmente la ratio. Sea como fuere, desde nuestra responsabilidad social tenemos la obligación de educar a los jóvenes en el deporte, respetando, incluso, la incoherencia de algunas resoluciones. Y de luchar contra la obesidad.

Lo de la natalidad se nos escapa.


martes, 2 de marzo de 2021

LO NIEGO TODO (5 de marzo de 2021)

 

El Diario Montañés, 5 de marzo de 2021

El negacionismo está a la orden del día. Según la RAE, la palabra indica la negación de determinadas realidades, «especialmente del Holocausto», aunque ahora abarca muchos campos más.

Trescientos científicos han firmado un manifiesto para la protección integral del lobo, pero nuestros diputados regionales han votado a favor –todos menos uno, que no siguió las indicaciones del partido– de desobedecer la ley, como negando su autoridad. A esa negación se ha sumado la revista ‘Jara y sedal’, que pone en duda que los trescientos firmantes sean científicos. Lo niegan ellos, especializados en caza y pesca, poco neutrales.

Otro lobo invisible nos tiene en vilo porque, si bien su nombre parece el de un animal de compañía –Covid–, es peligrosísimo. Algunos niegan la pertinencia de la vacuna que se ha inventado contra él, e incluso rechazan la peligrosidad del bicho, pese a que es innegable el número de vidas que se lleva cada día.

Igual de indudable debería ser el rechazo de la Iglesia hacia los bienes terrenales, verdaderos obstáculos para que el camello pase por el ojo de la aguja. Pero algunos de sus siervos se empecinan en acumular inmatriculaciones para asegurar haciendas en este mundo terreno, como si dudaran del que tenemos prometido. Incluso el rey emérito apuesta por el aquí y ahora, y ha colocado sus intereses por delante de los de Hacienda, que somos todos. Su actitud –una especie de negacionismo interior– pone en riesgo al propio sistema monárquico, que estos últimos meses pende de un hilo.

Sabina, que no es negacionista, lo niega todo en el título de su último disco. Por mi parte, nunca dejaré de apoyar a la ciencia y a la ley. Aunque sea tan enrevesada como la que prepara el Ministerio de Igualdad, en la que «solo el sí es sí».