El Diario Montañés, 8 de octubre de 2014
El vehemente diputado regional
del PP, Íñigo Fernández, acaba de decir que Miguel Ángel Revilla está tomando
una deriva radical hacia la extrema izquierda. Por eso, según él, algunos
militantes abandonan el barco regionalista, ya que no pueden soportar la
postura inflexible del capitán, que desde el puente de mando le pide
insistentemente al timonel que fije el rumbo a babor, siempre a babor. De ser
cierta, yo no estaría en desacuerdo con la postura de Revilla. Al fin y al cabo
el corazón está colocado a la izquierda, y la sangre –salvo la de los reyes que
dicen que es azul– tiene color rojo.
En esto de la navegación política
tengo muy pocas certidumbres. Pero hay una que me parece innegable: cuando se
inició la carrera electoral cada trainera tenía bien marcada su calle en el
campo de regatas, y la embarcación del PP, que parecía muy centrada, en cuanto
tomó el mando de la prueba invadió descaradamente las calles de la derecha.
Desde entonces continúa por ese rumbo, erre que erre, pese a las advertencias
de los electores (los auténticos árbitros). Acaso por ello sienten cada vez más
a su izquierda a todos los rivales. Si, como las encuestas apuntan, los
ciudadanos descalifican en las elecciones de mayo a la embarcación que patronea
Diego por ese deambular errático, quizá sea otro Íñigo –de la Serna, que ha
anunciado que sigue– quien deba hacerse cargo del timón. Entonces tendrá cuatro
años por delante para tratar de enderezar la orientación perdida.
Y es que el tema de las
posiciones tiene su aquél. En el bolsillo de la derecha –utilizado
indistintamente por caraduras de izquierda, centro y derecha– guardaban las
tarjetas B de Caja Madrid ochenta y seis consejeros y directivos que «pulieron»
con ellas quince millones de euros. Sólo tres no las utilizaron. Tres hombres
honrados. Tres personas a las que, de no haber salido el fraude a la luz, los demás
considerarían tontos. Pero tontos bien centrados.
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