El Diario Montañés, 31 de diciembre de 2013
Hay años en los que uno no está
para nada, y éste que termina –que merecería el sobrenombre de «acianago», de
tan aciago y cenagoso– es uno de ellos. Cumplida la primera mitad de la
legislatura, y tras llevar a cabo los recortes económicos que al parecer le
venían impuestos, el gobierno popular (popular, según la RAE, es perteneciente
o relativo al pueblo, que es peculiar del pueblo o procede de él, propio de las
clases sociales menos favorecidas), sin que nadie se lo haya exigido, se ha
sacudido la harina blanca de la pezuña que mostraba bajo la puerta antes de las
elecciones y ha comenzado a golpear las paredes legales del edificio
democrático con intención de derribarlas.
Primero fue la Ley de Seguridad
Ciudadana, que alguien llamó Ley Mordaza porque intenta tapar la boca a la
ciudadanía. Ahora es la Ley del Aborto, la más restrictiva de la democracia,
impulsada por el muy cristiano y liberal Ruiz-Gallardón, que tan femenino debió
de sentirse cuando dijo aquello de que «la libertad de maternidad hace a las
mujeres auténticamente mujeres». No es de extrañar que, crecido, y desafiando
la primera ley y abrazando la segunda, el arzobispo de Pamplona y obispo de
Tudela se haya echado a la calle para participar en un escrache contra la clínica Ansoáin de Pamplona, que realiza
interrupciones voluntarias del embarazo en los supuestos previstos legalmente.
Como muestra de rechazo, los últimos miércoles de cada mes un grupo de
manifestantes se concentran frente a ese hospital, y Francisco Pérez, que así
se llama el individuo, muy pancho él, ha encabezado el último cotarro –no con
sable, pero con cruz– para rezar un rosario.
Algunas mañanas de los domingos,
mientras escribo el artículo semanal, los altavoces exteriores de la iglesia de
Villanueva, mi pueblo, muy bien orientados, expanden la misa para todos los
públicos. Yo me esfuerzo para no perder la concentración, y apelo interiormente
a la aconfesionalidad constitucional que tanto nos adorna.
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