El Diario Montañés, 8 de enero de 2014
En una entrevista reciente
publicada en este periódico, Luis Ángel Gómez, cántabro que ejerce de director
general en una empresa internacional de logística, decía que nuestro país tiene
«que conseguir la flexibilidad necesaria para contratar a doscientas personas
en un momento determinado y despedirlas en otro», que se debe atender a los
parados con «el mínimo vital», y que los jóvenes sin trabajo no deben quedarse
«en la Alameda comiendo pipas», tienen que salir fuera y aprender (aunque ahora
deberán volver antes de noventa días para no perder la tarjeta sanitaria). Sus
declaraciones, pragmáticas, de economista de nuevo cuño –esos que huyen del
humanismo como de la peste–, me parecieron muy a tono con su actividad
profesional: trabajar con mercancías y moverlas de un lugar a otro con rapidez
y al menor precio posible.
Menos coherente con su antigua
profesión –banquero–, aunque de mucho más compromiso social, me ha parecido la
opinión de otro economista, también cántabro, Jaime Botín, que se ha despachado
a gusto en un artículo publicado en ‘El País’ y ha atacado sin misericordia a
la derecha española, que, según él, castiga con sus medidas de austeridad a las
rentas más bajas, hace insoportable la factura eléctrica, líquida las ayudas a
la cultura, la investigación y la educación, congela el salario mínimo, y
reforma la ley del aborto con «el aplauso de la extrema derecha francesa de Le
Pen».
Dos altos ejecutivos, dos
economistas, dos visiones distintas de la realidad. Con las únicas diferencias
entre ambos de la edad, la actividad y la afición por la Filosofía. El segundo
tiene más años que el primero, está retirado y ama tanto esa materia que la
estudia, la practica y firma sus artículos como rendido alumno. Quizá no sea
tan casual que en los nuevos planes de estudio la asignatura pierda horas en
beneficio de otras materias «más rentables» y menos importantes para la
formación de la conciencia cívica, ética y democrática.
Así nos está yendo.
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