martes, 24 de marzo de 2015

EN EL LÍMITE DE LO CORRECTO (25 de marzo de 2015)


El Diario Montañés, 25 de marzo de 2015

Consumada su victoria en la guerra incivil, la dictadura obligó a los españoles a transitar el virtuoso camino del imperio hacia dios. La meta se alcanzaba, entre otras imposiciones, purificando el lenguaje y dejando atrás nuestra tradición soez. «Papá, no blasfemes», se leía en los bares, aquellos centros sociales masculinos donde se rumiaba el desencanto. De esta forma se denostaba a Quevedo, que había sido el mejor cantor de putas y miserables –precisamente entonces el país estaba sumido en una profunda miseria–, y quien había retratado como nadie a pícaros y bujarrones (cómo no recordar aquél que odiaba a Herodes, no porque matara a los inocentes, sino porque «siendo niños, y tan bellos, los mandó degollar, y no jodellos»). Sólo el lenguaje puro –medio soldados, medio monjes– nos elevaría hasta el goce del paraíso.
La represión se alargó en el tiempo. En ‘La familia de Pascual Duarte’, Cela, quevediano por herencia, remeda el modo de hablar del protagonista, y cada vez que dice la palabra «guarro», añade «con perdón». Todavía en los años setenta, Carlos Rojas se ve en la obligación de justificar el uso de la palabra «cabrón» en su libro ‘Aquelarre’: «Llámese al pan, pan; al vino, vino; y a Aquelarre, campo del cabrón». Éramos muy cuidadosos, por la gracia de dios y el temor al poder.
Ahora se nos intenta imponer lo políticamente correcto, otra forma de censura. Hemos sufrido la tiranía, hasta fórmulas absurdas, de la utilización no sexista del lenguaje. Y, entre otras ocurrencias, acabamos de cambiar «imputados» por «investigados», justo en el momento en que el grupo parlamentario socialista propone que la RAE elimine del diccionario las referencias al Síndrome de Down en las acepciones de «subnormal», «mongólico» y «mongolismo», ignorando que las palabras son armas arrojadizas sólo cuando se utilizan como tales.
Yo las amo. Las respeto reverencialmente. Y, aunque me declaro más cervantino que quevediano, adelanto que no visitaré los huesos del escritor alcalaíno, encontrados ahora milagrosamente en un osario común, dentro de una orquestada operación de mercadotecnia que se une al próximo cuadrigentésimo aniversario de su muerte.
Le manda huesos.

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