El Diario Montañés, 1 de abril de 2015
Estamos los
cántabros con el cuello dolorido de tanto mirar hacia arriba para ver si de una
vez por todas escampa. Tenemos puestas nuestras esperanzas en que esta Semana
Santa nos traiga por fin el buen tiempo, y el turismo convierta la pasión en
gozo, ahora que ya la piel nos verdeaba y «le nacían algas de azafrán a la ropa
mojada». Han llorado mucho los cielos de Cantabria. El pasado invierno ha sido
el más lluvioso desde que hay registros estadísticos, y la primavera comenzó de
manera similar. Por eso seguimos mirando a lo alto con la ilusión de atisbar un
rayo de sol que nos traiga, sino el amor, la luz que tanto añoramos. Porque sin
luz, lo advierten los psiquiatras, tenemos mayor tendencia a la depresión.
El gobierno
regional, acaso para velar por nuestra salud porque no nos quiere con
contracturas en el cuello, había trazado una especie de red preventiva de
teleféricos. Desde ellos íbamos a poder relajarnos cambiando de postura y
mirando de arriba hacia abajo, que es como miran los gigantes y los fuertes de
espíritu. Pero las circunstancias, unas veces en forma de corporaciones
intransigentes y otras de empresas sin crédito suficiente para obtener crédito
bancario, le han dejado a dos velas en el peor momento preelectoral. Tendremos
que contentarnos con seguir viendo nuestra región desde abajo, por más que
sospechemos que es bellísima cuando se mira desde arriba.
También desde
abajo, doblando el cuello hacia el techo donde plasmaron un cielo de carne los
pintores de Altamira, verán su obra semanalmente cinco privilegiados que luego
nos dirán –peritos ellos– que la réplica no le llega a la suela del zapato al
original, por más que, como previenen algunos científicos, éste pueda
disolverse algún día como lágrimas en la lluvia, por «la presencia humana y la
iluminación consiguiente».
Ese día
quedaremos definitivamente cabizbajos por no haber tenido altura de miras. Y no
será el día menos pensado, sino el que se piense más.
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