martes, 21 de julio de 2015

UNA CANONJÍA (22 de julio de 2015)


El Diario Montañés, 22 de julio de 2015

Escuché por vez primera la palabra en boca de mi difunto tío, Serapio Arenal. Yo era entonces un adolescente, y su voz poderosa la expresó con toda la fuerza de la pasión, mientras miraba a lo alto con un gesto personal que tenía mucho de quijotesca locura: «La Nestlé es, ha sido y será una canonjía para este valle de Cayón y sus alrededores». Conociendo la devoción de Serapio por tal empresa, deduje que ‘canonjía’ significaba algo bueno, pero sólo cuando llegué a casa y miré el diccionario la descubrí en la extensión de su forma coloquial: «Empleo de poco trabajo y bastante provecho».
Ahora, viendo cómo acaban colocados en el Senado algunos de los grandes perdedores de las elecciones autonómicas y otros personajes otrora poderosos en sus respectivos partidos, la palabra me ha venido a la mente con naturalidad. El Senado es mucho más que una canonjía, porque si bien en él se trabaja poco –concedamos la posibilidad de que algo se hace en la llamada Cámara Alta y, en ocasiones, complejos ejercicios de responsabilidad para votar una cosa en Cantabria y otra allí (véase la postura de nuestros senadores casi vitalicios con respecto al fracking)–, el provecho es, por contra, abundantísimo. En su seno han terminado políticos de todos los colores, aunque siempre han predominado los de los dos partidos que se alternan en el poder. Allí van sus señorías «derechas a bostezar y se aburrir», pero dispuestas a cobrar a fin de año un monto mínimo de 61.000 euros, que suele alcanzar, a pocas comisiones parlamentarias que uno acapare, los 100.000.
Todos deberíamos tener la oportunidad, alguna vez en la vida, de conocer y poder disfrutar de las virtudes de una canonjía. Pero algunos nos tenemos que conformar con un empleo que nos da mucho trabajo y beneficios sólo suficientes para ir tirando, y la mayoría con los precarios y mal pagados que se llevan ahora. Un 93,47 % de los que se han firmado en nuestra región en 2015 han sido temporales, y gran parte de ellos con una duración inferior a un mes. Y todo gracias a la permisividad de una ley que aprobaron en su día en el Congreso y que refrendaron en «segunda lectura» –que ésa es su muy especial misión– sus señorías en la canonjía del Senado.

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