miércoles, 1 de febrero de 2017

ETIQUETAS (1 de febrero de 2017)


El Diario Montañés, 1 de febrero de 2017


Los concejales capitalinos de Ciudadanos están preocupados por los destrozos del mobiliario urbano y proponen poner etiquetas con su precio en las papeleras, las farolas o los bancos para concienciar a los que realizan actos vandálicos. Pero a quienes carecen de valores cívicos esta medida les va a dar lo mismo, incluso puede suponerles un reto, porque sabemos que los juegos ‘on line’ de mayor aceptación son aquellos en los que el jugador suma puntos –en este caso euros– por destrozar algo. Y no es improbable que, como en su día algunos se lanzaron con pasión a la caza de pokémon 
–la foto de Íñigo de la Serna en El Puntal con Bulbasaur se hizo famosísima–, les dé ahora por inventar pasatiempos más dañinos.
Esto de etiquetar es un asunto muy delicado. Un buen amigo mío –una de las personas que con más rigor ha trabajado para intentar que se elimine los símbolos franquistas de la ciudad de Santander– me advierte del peligro que conlleva colocar una placa –que es otra forma de etiqueta– en el edificio de la Biblioteca Central en memoria de quienes estuvieron recluidos allí por el hecho de haber permanecido fieles a la República. Me dice que, «si queremos tener alguna posibilidad de éxito en la retirada de los recuerdos existentes a las víctimas del bando sublevado, no debemos incurrir justo en lo mismo que denunciamos, sólo que aplicándolo al otro bando».
Mis lectores me tienen ya etiquetado y saben de qué pie cojeo, por eso quizá puedan sorprenderse si manifiesto que soy de la misma opinión que mi amigo, porque sospecho que quienes han colocado tal placa –sin otra pretensión que realizar un acto de «defensa de la verdad y la justicia»– acaso le estén haciendo un favor a la recalcitrante derecha santanderina, deseosa de encontrar el más mínimo resquicio para sentirse víctima de nuestra sociedad democrática.
En el fondo de ambas aberraciones –la violencia urbana y el comportamiento antidemocrático– están los valores de cada persona, y esos, aunque nos pese, no se van a modificar con etiquetas. En ocasiones, incluso, se pueden radicalizar.

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