El Diario Montañés, 14 de junio de 2017
Somos un país
con tendencia al engaño. En ‘El Buscón’, la genial novela de Quevedo, hay un
personaje que sufre hambre crónica, pero todos los días sale a la calle con una
cajita en la que lleva migajas de pan para colocárselas «por barba y vestido,
de suerte que parece haber comido». Muchos años después, Rodrigo Rato, con sonrisa
sibilina, hizo lo propio con la famosa campana de Bankia, cuyos tañidos no
pudieron evitar el posterior campanazo de la entidad. Tengo un amigo que excusa
tales posturas, porque mantiene que en esta sociedad de apariencias «siempre
hay que dar sensación de buen balance». Y a eso es a lo que se han dedicado los
responsables del sector bancario desde que llegó la crisis financiera: a
transmitirnos un estado muy saludable de sus cuentas. Lástima que ahora que
todo parecía ir tan bien haya caído el Banco Popular, al que no tumbaron en su
día ni los trapicheos del famoso Pepe.
Nuestra Caja
Cantabria, despersonalizada en Liberbank, es la que más está pagando el precio
de la actual inseguridad, y es una pena. El amigo al que antes me refería
guardaba allí sus ahorros, agradecido porque la Obra Social hacía parques en
los pueblos para que jugasen los niños y ponía bancos para que se sentasen los
viejos. Ahora ya no; aquello es historia. Ni siquiera hay suficiente personal
en las oficinas, y eso que según sus cuentas aún sobran unos cuantos.
Espero que
Liberbank resista y que sus accionistas no lo pierdan todo, como lo han perdido
los del Popular, cuyas lágrimas han tenido menos minutos televisivos que las de
Manolo el del bombo cuando le robaron su tambor de batalla. Algo lógico en una
sociedad que valora más el ruido que las nueces. Por eso se le dio tanto bombo –y
aun platillo– a la inauguración del nuevo hospital de Valdecilla. Entonces era
un tiempo de ruido electoral; ahora, en el silencio, las nueces de los
veintidós millones de euros deben esperar tiempos mejores.
Pero ya llega el
verano, y eso, en Santander, nunca se puede olvidar.
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