El Diario Montañés, 30 de agosto de 2017
Los
fuegos artificiales han puesto fin al mes de agosto. Septiembre traerá consigo
el regreso a la rutina. Algunos volverán al paro porque finalizan sus contratos
de temporada; otros, a una actividad que no siempre desean, pero es la única
que tienen; y los hay que ya estaban deseando que se terminaran las vacaciones
para no seguir sufriendo la insoportable convivencia en pareja, causa mayor de
los divorcios (verán como nos repiten esta noticia un año más).
La
parte socialista del gobierno de Revilla vuelve al curso político con el cuello
encogido porque no saben por dónde van a cortar las cabezas los ganadores del
último congreso. Recientemente la vicepresidenta manifestaba que no tenían que
llevar al gobierno sus luchas intestinas. Desde mi ingenuidad política coincido
con ella, y estimo que deberían ir haciendo cambios en las estructuras del
partido para las próximas elecciones y dejar el resto como está; no debemos
olvidar que la legislatura entra en su segunda mitad y que va a ser muy poco lo
que puedan aportar al buen gobierno quienes lleguen nuevos, máxime si el cambio
de cromos se produce, como dicen, en la segunda línea de influencia.
En
esto de poner a buen recaudo las cabezas de los suyos, las izquierdas tienen
mucho que aprender de las derechas, como han demostrado salvando la de César
Díaz frente a toda la oposición. Quizás por eso se las denomina fuerzas
conservadoras.
Conservador,
aunque él lo niegue, es también Enrique Álvarez, cuya cabeza profesional,
confundiendo el todo con la parte, han pedido algunos por el artículo de
opinión que publicó en este periódico. Nada de lo que escribió era nuevo para
quienes conocemos sus ideas, pero en este tiempo de tiranía de las redes
sociales corrieron como la pólvora frases de su escrito, y los mismos que
tienen en sus perfiles eso de «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero
defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo» se erigieron en implacables
censores.
Es
algo muy nuestro: nos gustan tanto las cabezas desmembradas, que tenemos en un
altar las de Emeterio y Celedonio.
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