El Diario Montañés, 21 de marzo de 2018
Hubo
el pasado domingo una entrevista en este periódico a Alejandro González,
educador social en Torrelavega, que me puso los pelos de punta. Decía en ella
que, en los grupos con los que él trabaja, quien a los doce años no ha probado
la tríada de alcohol, drogas y sexo es tachado por los demás de mojigato y que
la violencia machista es muy común entre esos jóvenes. De donde se desprende
que esta juventud tecnológica, tan avanzada en otras cosas, en ciertos
comportamientos está retrocediendo hacia hábitos del medievo.
Algunos
de los que en su adolescencia jugaban los fines de semana al kinito –he tenido
noticia reciente de este juego, aunque ya tiene entrada en la Wikipedia y
celebra campeonatos del mundo– son ahora padres que tienen hijos en esa edad. Y
no quiero decir que de aquellos polvos vengan estos lodos, porque la madurez
personal también se construye sobre los errores juveniles, pero parece que el
entorno familiar, desestructurado en unas ocasiones, permisivo en otras, no es
el más adecuado y no sabe ponerle a los hijos las barreras que necesitan. «Mis
padres no me quieren», le dijo uno de los chicos al educador social. «¿Por qué
dices eso?», le inquirió éste. «Porque no me ponen límites».
Hemos
dejado a la escuela toda la responsabilidad formativa y a menudo nos lavamos
las manos en la parte que nos corresponde, que es la primordial. Por eso
ponemos el grito en el cielo cuando hay vacaciones, porque no sabemos, no ya
educar, sino siquiera convivir con nuestros hijos. Si la familia no asume que
la tarea educativa es cosa suya y que debe trabajar conjunta y responsablemente
con la escuela, estamos en la senda equivocada. También ayuda a educar la
práctica de algún deporte, pero en ambos casos los padres deben colaborar codo
con codo con educadores y entrenadores, y evitar ese error tan común de
criticar su papel.
Yo
lo tengo claro: en mi familia y en el club deportivo que presido desde hace
diez años, en lo concerniente a exigir buen comportamiento, soy el demócrata
más autoritario.
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