El Diario Montañés, 12 de septiembre de 2018
Miércoles,
día del espectador. Nueve de la noche. Buen momento para ir al cine y evitar
arriesgados horarios juveniles. Compras palomitas y bebida y vences la
tentación de adquirir «por un euro más» una minitableta de chocolate o
cualquier chuchería de las de promoción. Delante de ti un grupo de adolescentes
carga con perritos calientes y nachos. Es la hora de la cena, dicen entre
risas. Cruzas los dedos para que no vayan a tu misma película, pero Murphy aplica
su ley a rajatabla: además de ir a la misma sala, se sientan detrás de ti.
Durante la proyección, luces de la linterna de sus teléfonos, comentarios,
estornudos fingidos, palabras malsonantes. El más gracioso del grupo erupta.
Son jóvenes, no te van a hacer caso, me dice alguien cuando me ve a punto de
estallar. Respiro fuerte e intento resolver la situación con una mirada que
podría congelar a cualquiera. A ellos, no. Su efecto dura apenas unos minutos.
Y vuelta a empezar.
Viernes,
comienza el fin de semana. Nueve y media de la noche. Chicas y chicos cargados
con bolsas repletas de botellas corren por los jardines de Pereda hacia las
lanchas de ‘Los Reginas’. Es la fiebre del sábado noche, trasladada ese viernes
a la playa de Loredo por aquello de las fiestas. Barcas tan repletas que exigen
reforzar el servicio. También corre el nordeste, frío, pero mandan las
hormonas. Abundan los escotes, los pantalones cortos al límite de las nalgas,
el pecho descubierto de adolescentes que emiten gallos por culpa de la testosterona.
La noche es larga y quieren beberla sin vivirla. Sus padres han dejado la
responsabilidad educativa a la escuela y echan balones fuera ante un problema
que no consideran suyo. Son jóvenes, dicen, todos lo hacen.
Pero
se preocupan por otras cuestiones menores y exigen cambios en los horarios
escolares y son contrarios a tanto periodo vacacional, cosas dañinas para sus
intereses de conciliación. Por eso siempre le piden soluciones al sistema, sin
admitir que parte de la solución puede estar en sus manos.
Educación
pobre cuando sólo viene de un lado. Pobre educación.
Pobres hijos, no tienen quién les ponga límites.
ResponderEliminarDesde luego, María. Ese es el problema.
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