martes, 30 de junio de 2020

LAS MASCARILLAS (1 de julio de 2020)



El Diario Montañés, 1 de julio de 2020

Sabemos que la abundancia y la escasez son cíclicas: ni la felicidad es eterna ni hay mal que cien años dure. Viene esto a cuento por el discutido asunto de las mascarillas, en el que hemos pasado de manufacturarlas por su carencia –hubo un tiempo en que esperábamos con nerviosismo la llegada de las llamadas «revilletas», muy poco vistas después–, a tenerlas disponibles para cualquier gusto y estilo. El que en principio fue atavío protector, es ya artículo de diseño. La mascarilla más común es de color azul claro, de un solo uso –aunque de tanto utilizarla termina haciendo bolas e hilillos–, pero las hay de toda condición: escuetas cual tangas, que tapan lo imprescindible, apenas boca y nariz; caseras –grandes como la braga-faja de Bridget Jones–, que alcanzan hasta los ojos y suelen tener humedad o marcas negras de rímel por la zona próxima a los lacrimales; con válvula, que protegen a quienes las portan y no al resto, indicadas para usar como cofia si se coloca la espita en lo más alto, cual pompón (de tal guisa se la he visto a una señora de edad en una cafetería); las hay de diseño, con color oscuro y bandera patria en un lateral, o con lábaro, o con multicolores arcoíris… El catálogo es inabarcable. Se regalan en los mítines políticos para que los fieles muestren el color de su voto, y se entregan con la prensa deportiva con la pretensión de que los forofos multipliquen los colores de su equipo. La prenda ha pasado de proteger y cubrir a su portador, a mostrar sin reparo la ideología de cada cual. Y, por supuesto, también sirve para que algunos –los hay– presuman de la libertad de no usarla. Tontos integrales que confunden el culo con las témporas. 

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