miércoles, 12 de agosto de 2020

SIMPLES TENDEROS (12 de agosto de 2020)

 
El Diario Montañés, 12 de agosto de 2020

Vaya por delante que ningún tendero es simple. Es más, se suele recurrir a la figura de estos profesionales de las tiendas de ultramarinos para resaltar la atención que ofrecen a los usuarios. El tendero proporciona lo mejor. Trabaja con productos de primera calidad para su entorno inmediato, tan exigente como conocido. Es imposible ser tendero y engañar a los parroquianos. Al menos más de una vez. El tendero de bata azul no necesita mostrar su nombre colgado en el pecho, porque día tras día está al frente de su negocio y los asiduos se dirigen a él por su nombre. Es su fuerza, su virtud, y su principal exigencia de sinceridad en los tratos comerciales.

Sucede lo mismo con los libreros de toda la vida. Son la cara primera del libro, el pórtico que abre paso hacia el interior de la lectura. Son como nuestros médicos de cabecera cuando otrora nos trataban sin prisas antes de que los cargaran con la responsabilidad de perseguir al covid. El librero de verdad, el nuestro de cada día, aconseja con arreglo a nuestros gustos personales, que conoce bien. Sabemos que sus recomendaciones no nos defraudarán. Y tenemos la certeza de que los libros que nos ofrece, aunque vivos –quizás por ello– tienen un precio fijo para sobrevivir frente a ataques multinacionales. La compra resulta segura, sin engaño posible. Y la venta es cercana, porque sus negocios están a la vuelta de la esquina.

«No somos unos simples tenderos», ha manifestado Paco Roales resaltando la labor del librero de viejo. Trabajo encomiable, sin duda, que da nueva vida a libros muertos, a cambio en ocasiones de arduas tareas de embalsamamiento. Pero no por ello debe despreciar a los tenderos, una especie que tendría que proteger tanto como lo hace con los tomos viejos.

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