El Diario Montañés, 30 de abril de 2025 (fotografía Javier Cotera, DM)
Lunes
28 de abril. Temo que se agote la batería del portátil, porque debo entregar
este artículo y no tenemos electricidad en España, Portugal ni en algunas
partes de Europa. Ahora comprobamos la cantidad de situaciones de nuestra vida
diaria que penden de un hilo. De camino a mi domicilio, desde la imprenta en la
que concebimos nuestros libros –paritorio de ideas plasmadas en papel–, he
visto a los vecinos de una urbanización comunicándose de ventana a ventana, a obreros
en la puerta de sus empresas porque máquinas y ordenadores se han apagado, a
jóvenes pasmados ante el eclipse de sus móviles.
He
tenido el impulso de detenerme en un bar al ver un grupo de parroquianos charlando
en la terraza. Perderse su conversación en estas circunstancias sería imperdonable.
Habían olvidado las discusiones del partido Barça/Madrid y se centraban en lo que
de verdad importaba. Y pillo algunas frases al vuelo: «Son los rusos, sin duda.
Que no nos cuenten milongas». «Claro que sí. Ya te dije que teníamos que comprar
el kit de supervivencia, y tú te reías, pero seguro que esto es solo el
principio». «Como se pongan de acuerdo Putin y Trump para repartirse el mundo,
lo vamos a tener jodido». «Es un sabotaje en toda regla, hombre; además, así nos
convencerán de que es imprescindible que invirtamos en defensa». «Algo muy necesario,
porque aquí somos tan ingenuos que pensamos que todo el mundo es bueno».
Llego
a casa. Hoy comeremos de latas. Hace tiempo que la tecnología nos hurtó el
fuego del hogar. Y, aunque el fuego esté en el origen de su nombre, no tenemos dónde
encenderlo. Menos mal que, mientras haya luz solar, nos refugiaremos en la
prensa y los libros en papel. Bendito funcionamiento el suyo: nos alumbran sin
necesidad de electricidad.