El Diario Montañés, 8 de octubre de 2025
Tengo
una edad en la que me resulta difícil soportar ciertas necedades que nacen de
la mentira, crecen, se reproducen con rapidez, y según parece, nunca mueren. Estoy
harto de escuchar que la cultura vive gracias a las subvenciones, una acusación
de la que se libran otras grandes empresas que, por cierto, las reciben de muchísima
mayor cuantía: energéticas, telecomunicaciones, construcción, automoción… Pero
el concepto de subvención ha quedado identificado, según los peculiares valores
de la derecha, con las colas del hambre, con los «chiringuitos culturales», o con
los que «se han dado el baño» en la flotilla que, según Ayuso, era vacacional, y
no de ayuda solidaria a Gaza.
Esta
semana, precisamente por revisiones propias de la edad, he visitado el hospital
de Valdecilla. La enfermera que me atendió era una gran profesional, cercana y empática,
con treinta años de servicio y total entusiasmo por su trabajo. Mientras lo realizaba,
me comentó que tenía una cinta métrica a la que le faltaba un centímetro, muestra
del cuidado escrupuloso que ponía con los materiales de su profesión, cuyo uso
exprimía todo lo posible. Sin embargo, la falta de medios se reflejaba en que
llevaba dos años reclamando un aparato muy necesario para desarrollar mejor su
labor. «La sanidad pública se encamina a la desaparición», me dijo, apesadumbrada.
Entonces
reflexioné sobre otra forma de subvención encubierta: el desvío de ciertas
tareas de la sanidad pública hacia la privada, que en Madrid es muy evidente y
en Cantabria, con la filosofía de Pascual –«es una reliquia que no da más de
sí»–, hace tiempo que resulta alarmante, porque lo mismo se derivan las listas
de espera que las mamografías atascadas. Con el consiguiente pago, por supuesto.
Por
eso me cabrea que se tome la cultura como muñeco del pim pam pum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario