El Diario Montañés, 24 de diciembre de 2025
Un
año más –y ya he perdido la cuenta– los premios de la lotería pasaron de largo.
Es una situación repetida que, más allá de la anécdota, revela el error de
confiar nuestro futuro solo al azar. Incluso si la suerte nos sonríe, el
peligro no termina. Según la sociedad de formación financiera Alfio Bardolla
Training Group, «más del 75% de los agraciados con los premios de lotería
acaban arruinados por no saber gestionar tanto dinero conseguido en tan poco
tiempo». Puede parecer consuelo de perdedor, pero los datos demuestran que, en
la mayor parte de los casos, la lotería no actúa como ascensor social, sino
como fluctuante montaña rusa.
Existe,
sin embargo, un ascensor social más fiable y menos caprichoso: la universidad.
Durante décadas, la universidad pública española ha sido un motor decisivo de
movilidad social. Personas de origen humilde pudimos equipararnos en formación
y oportunidades a quienes pertenecían a clases tradicionalmente privilegiadas,
en un país donde el origen familiar parecía encauzarnos hacia un destino predicho.
La expansión del sistema universitario en los años 80 abrió las puertas a una
generación de hijos de obreros y agricultores que accedimos a profesiones
cualificadas, contribuyendo a modernizar España y a cimentar una sociedad más
equitativa.
Hoy,
sin embargo, ese ascensor social, como tantos otros, está amenazado. Los servicios
públicos esenciales que nos dimos en su día sufren las consecuencias de la
falta de inversión, la precarización y la creciente inclinación política a
favorecer lo privado. Y este debilitamiento no solo compromete la igualdad de
oportunidades, también erosiona los pilares que permitieron construir una comunidad
más justa.
Defender
lo público supone reforzar nuestro futuro colectivo. Porque no parece sensato fiarlo
todo a la fortuna o dejarlo en manos de representantes que anteponen el interés
de su codicia.
Feliz
Navidad, aunque sea público-privada.

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