El Diario Montañés, 17 de diciembre de 2025
Es
época de gallos. Aunque los casos de acoso nunca han dejado de estar presentes,
resulta especialmente doloroso que quienes enarbolan la bandera del feminismo
estén siendo, en la práctica, máximos exponentes del machismo. Han caído en las
mismas actitudes que denuncian, mostrando una incoherencia que erosiona la
credibilidad de sus discursos. Chulos sin escrúpulos, disfrazaban su
comportamiento bajo retóricas progresistas, cuando en realidad reproducían las extralimitaciones
del poder, aprovechando que eran ellos mismos los que estaban montados en el «machito»
ocupando un lugar privilegiado.
Parecía
que habíamos superado los tiempos del extravagante Hormaechea, capaz de soltar en
una noche de copas exabruptos tales como que «de las mujeres, lo mejor es
cuando se abren de piernas», o que Isabel Tocino «no me sirve ni para hacerme
una paja». También parecía superada otra etapa lamentable, la de León de la
Riva, exalcalde de Valladolid, que llegó a decir que cada vez que veía «la cara
y los morritos de Leire Pajín» pensaba en lo mismo, aunque prefería no
contarlo, y que Carme Chacón era «la Señorita Pepis vestida de soldado».
Supongo que sabía mantener la prudencia –¡ay las conversaciones de barra!– cuando
ejercía su profesión de ginecólogo.
Por
eso, el machismo abusador de la izquierda abanderada feminista resulta aún más
repudiable: es el claro reflejo de que el hábito –bajo el disfraz de modernidad
o camaradería– no hace al monje. Algo así, si se me permite, como si en un
rebaño los fieles mastines supusieran para las ovejas un peligro mayor que el
de los pérfidos lobos.
Desgraciadamente,
los escándalos recientes no serán los últimos. Aunque la sociedad haya avanzado
mucho en leyes, en conciencia y en debate público, los viejos vicios continúan larvados
incluso en quienes ondean la bandera del feminismo.
Porque
los gallos de ahora lucen cresta roja.

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