El Diario Montañés, 12 de junio de 2013
Mal
nos están yendo las cosas de la mar. La Red Transeuropea de Transporte ha
dejado a nuestro puerto fuera del proyecto de infraestructuras que diseña la
Unión Europea para mejorar la circulación de personas, energía, comunicaciones
y mercancías en las próximas décadas. Una circunstancia tan negativa para
nuestro desarrollo, que algunos se han apresurado a calificarla como un
«cantabricidio».
Además,
el Consejo Superior de Deportes, dependiente del ministerio del nunca bien ponderado
Wert –ya brotó la ironía que tanta incomprensión me trajo en mi anterior
artículo–, no cumple el compromiso de colaboración económica que había pactado
con el Mundial de Vela de Santander y hace que tiemblen las resentidas arcas
municipales y regionales. De nada sirve lo que se prometió en su día. En esta
etapa de crisis y desvergüenza, las promesas se las lleva el viento y quizás
nos quedemos a dos velas, con una duna que puede ser monumento futuro al
desierto económico si no se encuentra algún mecenas que nos salve del
previsible traspié. Porque, para mayor incertidumbre, Gerardo Pombo, que se
había autonombrado director del evento, ha sido borrado de la lista por un
tribunal de Justicia que ha declarado papel mojado el contrato que firmó
consigo mismo.
En
ambos casos la faena llega de fuera, y aquí lo que hacemos es gestionarla,
culpándonos suavemente con la cantinela de la ineficacia de los gobernantes
actuales o con la de la fatal herencia recibida de los anteriores.
Pero
hay otra faena que nos podemos hacer a nosotros mismos, y no viene de la mar.
Por un quítame allá esas pagas (¿quién paga el personal?, ¿quién el
mantenimiento?), peligran las estelas de Barros –una de ellas «el símbolo
patrimonial e histórico más representativo de Cantabria»–, cuya arenisca
cuarteada amenaza con dañarlas seriamente. Si algún día se convierten en
estelas de barro, su lodo denunciará nuestra estúpida desidia. «Y ese día no
será el día menos pensado, sino el que se piensa más».
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