El Diario Montañés, 19 de junio de 2013
Hemos
estado cinco años sin Museo de Prehistoria, con las piezas embaladas, y ahora
–caprichos del destino– vamos a disponer de dos lugares para su ubicación. La semana próxima se inaugura el primero de ellos, que puede convertirse en el más efímero de
nuestra historia regional. Y no seré yo quien diga que las piezas no estén
mejor donde están, «más aseadas y atendidas» (las palabras son de Hierro) que
en aquel sótano donde vivieron apiñadas tantos años, sin apenas espacio. Piezas
todas que recopilaron unos pocos con entusiasmo, con cariño y con las
subvenciones que permitían realizar las excavaciones que las recuperaban de la
tierra. Pero, como últimamente las subvenciones han caído en picado bajo el socorrido
paraguas de la crisis, no puedo evitar pensar que con lo que va a costar la
duplicidad de las obras se podían haber pagado muchas campañas científicas para
trabajar en cuevas, en castros, en iglesias...
Tampoco
digo que los vestigios no estén bien donde estarán en breve, atesorados en el
edificio del Banco de España; pero me pregunto qué uso se dará entonces a este
museo de ahora, tan fugaz.
Si
todo va como se anuncia y se cumplen los plazos previstos, puede darse la
circunstancia de que se corten dos cintas en una legislatura para inaugurar dos
continentes con idéntico contenido. Y esas cosas no suelen gustarle a la gente,
porque denotan falta de planificación y anuncian, ya ahora, con dos años por
delante, una larga precampaña electoral llena de promesas, inauguraciones y
caramelos –con bajada incluida de la presión fiscal– para endulzar nuestro
carácter, amargo por vivir en una de las comunidades más caras del país.
Desgraciadamente
parece que los políticos siguen trabajando para la galería, y que aprietan al
final, cuando ya ven próximas las orejas del lobo de las urnas, como esos malos
estudiantes que sólo se dan el atracón en época de exámenes. Aunque, en
realidad, muy pocas veces suelen evitar el merecido suspenso.
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