El Diario Montañés, 7 de agosto de 2013
Vaya
por delante que el título de este artículo no tiene nada que ver con la
muletilla que ha hecho famosa Rajoy en su comparecencia en el congreso de los
diputados. La cita hace referencia al encuentro que mantenían las parejas que
buscaban intimidad en la campa de Mataleñas sobre la una de la madrugada del
pasado miércoles. El fin es el que impusieron con brusquedad y alevosía
nocturna un grupo de siete hombres que, cubiertos con pasamontañas y armados
con una «pistola simulada», intimidaron a los que dentro de sus vehículos se
dedicaban con mayor o menor fortuna a los asuntos de la coyunda.
En
este negociado del amor a salto de mata suelen ayudar mucho la soledad y la
belleza del paisaje, generalmente nocturno, que a su vez contribuyen a relajar
reticencias. Pero ambas circunstancias acarrean el peligro de la inseguridad.
Tengo yo un amigo de muy buen ver que, por eso mismo, prefería el día para
consumar los asuntos amorosos con sus conquistas. Los realizaba en lugares
apartados, utilizando el asiento trasero del coche
–entonces los asientos
delanteros no eran abatibles–, con una de las puertas abierta para poder
estirar las piernas. Pero, aunque aún no se había puesto de moda la saga
cinematográfica de la matanza de Texas, me manifestaba que sentía un terror
irracional y desconcertante: imaginaba que alguien, a modo de Procusto, le
cortaba con una motosierra lo que sobresalía de sus extremidades. Esa imagen le
llegó a perturbar tanto, que lo anuló para los actos sexuales duraderos y de
calidad.
En
el caso de Mataleñas, la policía local de Santander dice que los denunciados
estaban «alterando la seguridad ciudadana». Es cierto. Pero los especialistas
deberían analizar también las secuelas psicológicas: el brusco fin de la cita,
con susto incluido, ha podido dejar traumatizado a más de uno. Y los traumas
sexuales no resueltos suelen dejar huella perenne. Seguro que los terapeutas
sexuales tendrán algo que decir al respecto.
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