El Diario Montañés, 26 de febrero de 2014
Fue la ministra Trinidad Jiménez
quien, ante la presión de los recortes en la segunda legislatura de Zapatero,
quiso concienciar al usuario de la sanidad pública de que los servicios
sanitarios, si bien gratuitos para el paciente, tenían un coste, y puso en
marcha las llamadas facturas en la sombra. Trinidad pensaba que las cosas
gratis no se valoraban, y quería informarnos para que fuésemos cuidadosos con
el uso del sistema.
Algunas autonomías se apuntaron a
la idea y comenzaron a emitir tales facturas sin valor. En Cantabria no se hizo
nunca, pero, como los buenos profesionales del sexo, y con mucha mayor
imaginación, se ha puesto ahora el precio a mil servicios diferentes. Gracias a
tal iniciativa podemos saber lo que cuesta cada cosa, desde una entrada en
urgencias, hasta los trasplantes de corazón y de médula ósea (diferenciando los
autólogos de los alogénicos), o las prótesis de rodilla y de cadera... Todo
listado y tasado.
Individuos discrepantes –ya se
sabe cómo somos– quieren conocer también cuánto han aportado ellos al sistema,
para tener claro si sus números son acreedores o deudores.
No debemos iniciar discusiones
absurdas y sí buscar soluciones imaginativas y rentables para el sistema
nacional de salud, sin rebajar la calidad de los servicios. Yo propongo desde
esta columna nombrar responsable máximo de la sanidad nacional al presidente de
la Federación Española de Vela, José Ángel Rodríguez, diligente ahorrador,
capaz de prometernos «un mundial perfecto» con sólo dos millones de euros –rebajando
en once lo que presupuestó su predecesor, el bueno de Pombo, y en cinco lo que
él mismo había estimado en un primer recorte–, y de afirmar que cuatro personas
en Santander pueden hacer el trabajo de las cuarenta que hubo en el anterior
mundial de Perth, porque «que haya muchas personas trabajando no significa gran
cosa».
Aunque, ahora que lo pienso, con
su actuación los pacientes, como el propio mundial, pueden correr el riesgo de
quedarse a dos velas.
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