El Diario Montañés, 26 de marzo de 2014
Allá
por el siglo XIX muchos cántabros se vieron a obligados a emigrar fuera de su
región en busca de las oportunidades que en ella se les negaba. Y dirigieron
sus pasos mayoritariamente hacia Andalucía, los jándalos, o hacia América, los
indianos. Pasado el tiempo, unos pocos regresaron triunfantes, con fortunas que
emplearon en construir o reparar iglesias, carreteras y hospitales –son
ejemplares los casos de los marqueses de Manzanedo, de Comillas y de Valdecilla–,
pero la mayoría volvieron tan pobres como se marcharon.
Ahora
que el siglo XXI camina hacia su segunda década, otros paisanos, empujados como
los anteriores por la necesidad, han tenido que abandonar el terruño en busca
de un futuro mejor. Las últimas cifras desvelan que son ya 37.249 los cántabros
que viven en el extranjero (México, Argentina, Francia...), 2.391 de los cuales
se han marchado el pasado 2013. Hay otro exilio interior –el que se produce
dentro de España con trabajadores que obtienen un contrato fuera de las
fronteras regionales– que también ha aumentado considerablemente. La agencia de
trabajo temporal Randstad ha desvelado que, en ese mismo año, 13.226 cántabros
consiguieron trabajo fuera de su región, lo que supone un aumento del 15,55%
con respecto a 2012. En total, entre unos y otros, 15.617 paisanos han
abandonado en 2013 el mercado laboral de la tierra que los vio nacer y los
crió, pero no los supo retener.
La
situación es lamentable. Cantabria prepara a sus hijos como una buena madre,
pero luego los abandona a su suerte, como la peor madrastra, para que den lo
mejor de ellos en otro lugar. Sólo cabe esperar que este particular macartismo
en el que estamos sumidos últimamente no obligue también al éxodo masivo de los
animales de Cabárceno, si se confirma, como parece, que no son los gorilas los
únicos que ocupan un recinto construido –todo es presunto–, sin permiso de
obra. Porque a la hora de algunos desahucios, en Cantabria solemos ser
implacables.
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