El Diario Montañés, 27 de noviembre de 2014
Semana triste.
La del alba sería cuando tuvimos noticia de la muerte de la duquesa, cuyas
aventuras de juventud me refería antaño Fernando Calderón haciendo memoria de
su vida para recuperarla en las memorias de Valnera. Eran tiempos en los que el
pintor trabajaba en el mural del altar mayor de la capilla de Loeches, y
Cayetana, que tenía el dinero suficiente para permitirse cualquier desenfreno,
bailaba flamenco ante él, desnuda sobre la cama, doblando las muñecas y
arqueando cuello y cintura con gracia gitana. Era tan noble como campechana y
desinhibida. Ahora la edad, que no entiende de clases, se la ha llevado por
delante hacia la mar, que es el morir, adonde «van los señoríos derechos a se
acabar y consumir». Aunque antes los sevillanos, con sentimiento de súbditos,
la despidieron guardando colas de admiración. Alguno, incluso, lanzó al aire
gritos desgarrados llamándola guapa. Cosas de clases, que otros llaman castas.
Semana triste
también para la canción española. A la Pantoja se la ha llevado por delante la
ambición de su Cachuli, que prometió tratarla como a una reina a cambio de que
fuera la lavandera del dinero negro que él obtenía a sacos. Y la reina de la
copla acaba de entrar en prisión dejando atrás kilos de salud y un amor
interesado que se acabó de tanto interés.
Otro amor que
parece haber muerto esta semana es el de nuestro gobierno con la universidad
pública, en este caso por falta de dinero. Anda canina la institución, y el
presidente, además de no pasarle la paga mínima que ella considera necesaria,
ha acudido a visitar a su amante, la privada universidad del atlántico. En su
casa la ha llenado de piropos mientras los estudiantes hacían fotos
inmortalizando el momento. Una puesta de cuernos con testigos. Y toda una
declaración de intenciones: al ejecutivo le resulta más rentable que estudie el
que pueda pagárselo. Lo de la igualdad de oportunidades, es otra historia.
Siempre ha habido clases.
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