martes, 12 de mayo de 2015

CUESTIÓN DE FE (13 de mayo de 2015)


El Diario Montañés, 13 de mayo de 2015

Monseñor Manuel Sánchez, obispo electo de Santander, tiene la intención de conocer a los fieles de su diócesis «uno a uno, por su nombre», en cuanto tome posesión de ella. No parece que vaya a resultarle muy complicado, no tanto porque tenga buena memoria –que seguro que también–, cuanto porque le quedan pocos feligreses, ya que, según él, los jóvenes «se han ido de la Iglesia sin dar portazo y no nos hemos enterado».
Sin embargo, nuestros jóvenes menores de treinta años no se acaban de ir del hogar familiar. Siguen aferrados a la casa madre porque la situación laboral de la región no les permite la independencia. Poco más de quince de cada cien están emancipados. O lo que es lo mismo, casi el 85% vive bajo la capa protectora de los padres –que en ocasiones están, a su vez, protegidos por las pensiones de los suyos–, una situación que se ha agravado con la crisis: en los últimos años un 10% han regresado a casa ante el frío que hacía afuera.
Estas dos situaciones me llevan a pensar, por un lado, en que la religión no representa consuelo, ni abrigo, ni esperanza para los más jóvenes, que la abandonan sin contemplaciones; por otro, que la cacareada recuperación económica va a seguir siendo leve, insegura y sólo para unos pocos, mientras ellos no encuentren las condiciones que les permitan volar del nido para trazar su propio futuro.
Hablando de volar, desconozco si el «Superman del 112» había volado ya de la casa de sus mayores cuando se decidió a hacerlo sobre el asfalto de la autovía para preguntar por dónde se iba a Los Corrales. Nunca un héroe de mentirijillas situó en el espacio de las redes con tanta gracia y difusión el nombre de un pueblo. A cambio, pocas veces una persona ha tenido que soportar tantas críticas. Además de imponerle una multa, le han intentado desprestigiar profesionalmente. Malos tiempos para supermanes y religiones.  
«Ven, Capitán Trueno, haz que gane el bueno», cantaba el grupo ‘Asfalto’ a finales de los setenta del pasado siglo, confiando en que nuestro héroe de papel podía cambiar el mundo. Hoy nadie imagina que la intermediación de los superhombres consiga nada, aunque seguimos manteniendo la esperanza en lo poco probable: para que los jóvenes vuelvan al redil de la Iglesia, el obispo se encomendará a la intercesión del Espíritu Santo; para que se vayan de una vez por todas de la casa paterna, porque han encontrado un trabajo digno y seguro, los ciudadanos confiaremos en cambiar las cosas con nuestro voto.
En ambos casos es una cuestión de fe.

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