El Diario Montañés, 13 de mayo de 2015
Monseñor Manuel Sánchez, obispo electo de Santander, tiene la
intención de conocer a los fieles de su diócesis «uno a uno, por su nombre», en
cuanto tome posesión de ella. No parece que vaya a resultarle muy complicado,
no tanto porque tenga buena memoria –que seguro que también–, cuanto porque le
quedan pocos feligreses, ya que, según él, los jóvenes «se han ido de la
Iglesia sin dar portazo y no nos hemos enterado».
Sin embargo, nuestros jóvenes
menores de treinta años no se acaban de ir del hogar familiar. Siguen aferrados
a la casa madre porque la situación laboral de la región no les permite la
independencia. Poco más de quince de cada cien están emancipados. O lo que es
lo mismo, casi el 85% vive bajo la capa protectora de los padres –que en
ocasiones están, a su vez, protegidos por las pensiones de los suyos–, una
situación que se ha agravado con la crisis: en los últimos años un 10% han regresado
a casa ante el frío que hacía afuera.
Estas dos situaciones me llevan a
pensar, por un lado, en que la religión no representa consuelo, ni abrigo, ni
esperanza para los más jóvenes, que la abandonan sin contemplaciones; por otro,
que la cacareada recuperación económica va a seguir siendo leve, insegura y
sólo para unos pocos, mientras ellos no encuentren las condiciones que les
permitan volar del nido para trazar su propio futuro.
Hablando de volar, desconozco si
el «Superman del 112» había volado ya de la casa de sus mayores cuando se
decidió a hacerlo sobre el asfalto de la autovía para preguntar por dónde se
iba a Los Corrales. Nunca un héroe de mentirijillas situó en el espacio de las
redes con tanta gracia y difusión el nombre de un pueblo. A cambio, pocas veces
una persona ha tenido que soportar tantas críticas. Además de imponerle una multa,
le han intentado desprestigiar profesionalmente. Malos tiempos para supermanes y
religiones.
«Ven, Capitán Trueno, haz que
gane el bueno», cantaba el grupo ‘Asfalto’ a finales de los setenta del pasado
siglo, confiando en que nuestro héroe de papel podía cambiar el mundo. Hoy
nadie imagina que la intermediación de los superhombres consiga nada, aunque
seguimos manteniendo la esperanza en lo poco probable: para que los jóvenes
vuelvan al redil de la Iglesia, el obispo se encomendará a la intercesión del Espíritu
Santo; para que se vayan de una vez por todas de la casa paterna, porque han
encontrado un trabajo digno y seguro, los ciudadanos confiaremos en cambiar las
cosas con nuestro voto.
En ambos casos es una cuestión de
fe.
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