El Diario Montañés, 20 de agosto de 2015
Todos los años
me pasa lo mismo: cuando se supera el ecuador del mes de agosto pienso que ya
se ha terminado el verano. No es una certeza. Es algo irracional que acaso proviene
de una herencia animal de los sentidos. Un modo especial de percibir que el
aire ha cambiado, que la luz no es tan intensa, que las noches refrescan. Mi
mujer, mucho más apegada a la realidad que yo, me dice que me pongo demasiado
poético, que todo se debe a que los turistas han comenzado a marcharse y a que
se me terminan las vacaciones. Que son sensaciones mías, cosas del carácter.
Que no tengo ninguna base racional para decir lo que digo.
Y es posible que
tenga razón, pero lo cierto es que cuando llegan estas fechas tiendo a
manifestar un triste y perezoso pesimismo. Este año, además de esas sensaciones
físicas, me están asaltando dudosas sensaciones políticas. Y esto es más
preocupante.
Sucede que lleva
un mes rondándome por la cabeza la sospecha de que en el nuevo gobierno
bipartito de la región, el socio que menos votos ha obtenido en las urnas no
está sabiendo administrar la confianza que le otorgó el que tuvo más votos.
(Quizás no fue una cuestión de confianza; pudo ser un éxito que se ganó por méritos
propios, sabiendo negociar desde una posición más débil). Sé que esto mío puede
ser otra corazonada irracional, sin base científica, porque en la práctica no
han comenzado a gobernar todavía. Pero tengo la sensación de que, además de
haber tardado mucho en elegir a ciertos cargos, en algunos casos pueden
haberlos nombrado por cuestiones que nada han tenido que ver con su valía
personal. No sé. Me parece que han dudado demasiado –una especie de parto de
los montes–, y los resultados han sido cuestionables. Como si no hubieran
tenido banquillo suficiente donde elegir a tantos como necesitaban para cubrir
unos puestos que ahora incomprensiblemente duplican.
«Falta personal.
Que la tire cualquiera», me decía el otro día un amigo, socialista de los de
siempre, haciendo un símil muy apropiado en esta semana en que la selección
española de baloncesto ha estado por Cantabria. «Da un voto de confianza a los
nuevos. Se merecen cien días de cortesía», insiste mi mujer, que, ya lo he
dicho, tiene una postura mucho más racional que la mía y menos sujeta a
sensaciones primarias.
Tiene razón.
Tendré que conceder esos cien días, aunque algunas decisiones del socio menor
no tienen buena pinta. Como diría Revilla, no me gusta la orina del enfermo.
Está revuelta y un poco turbia. Ya veremos cuando repose.
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