miércoles, 4 de octubre de 2017

¡FASCISTA! (4 de octubre de 2017)


El Diario Montañés, 4 de octubre de 2017

Últimamente hay un insulto que está causando furor. Y se aplica desde cualquier lado del espectro político con el desparpajo propio del desconocimiento. Basta con que uno no esté de acuerdo con las ideas del otro para que surja la frase comodín: «eres un fascista». Y la etiqueta se cuelga con tal ligereza, que ya no sé muy bien si el fascista es el catalán de la estelada que quiere votar, el español envuelto en la bandera constitucional que canta a los guardias civiles el «a por ellos» para que impidan la votación, Puigdemont el insensato, Rajoy el inactivo, Serrat, Piqué, o simplemente el incendiario gilipollas que se dedica a quemar contenedores con nocturnidad por las calles de Santander. Según nuestra particular visión, todos pueden ser llamados fascistas.
Un buen amigo, a quien además considero mi maestro, reflexionaba sobre la trivialización que ha sufrido el término y traía a colación las palabras de Bertrand Russell, el filósofo británico que vivió tan de cerca el fascismo que supo sintetizar como nadie su significado: «Los fundadores de la escuela de pensamiento de la cual surgió el fascismo –dice Russell– tienen todos ciertas características comunes. Buscan el bien en la voluntad, más que en el sentimiento o en el conocimiento; valoran más el poder que la felicidad; prefieren la fuerza al argumento, la guerra a la paz, la aristocracia a la democracia, la propaganda a la imparcialidad científica. [...] consideran la lucha por la vida como el origen de especies superiores; pero se trata más de una lucha entre razas que de una lucha entre individuos [...] Sustituyen el placer por la gloria, y el conocimiento por la afirmación pragmática de que lo que ellos desean es la verdad».
Ahí queda eso. La próxima vez, antes de adjetivar a alguien con tal sustantivo, deberemos tentarnos los machos. Porque fascistas, haberlos, haylos, pero no tantos como creemos. Aunque estos días, guiados por un impulso irracional, hayan sido demasiados los que han preferido la fuerza al argumento y se haya utilizado la cabeza más para embestir que para pensar. Ojalá que sea algo pasajero.

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