El Diario Montañés, 1 de noviembre de 2017
Centro
de Madrid, kilómetro cero. Multitud de turistas se concentran en Sol en un
domingo veraniego. Cerca, en la Gran Vía, cada diez o doce pasos, a las puertas
de los comercios que hacen caja ajenos al descanso del séptimo día, los
mendigos muestran mensajes que pretenden ablandar el corazón de los paseantes,
mientras dormitan envueltos en cartones de pobreza. La plaza se llena de vida.
Algunos, sudando dentro de disfraces de peluche, intentan arrancarle unos
céntimos a los turistas. Un par de jóvenes vestidas cual brasileñas de
sambódromo se dejan retratar por la espalda, para dejar constancia de sus
glúteos, generosos y desnudos. La escena se interrumpe un momento, congelada
por el desfile de un grupo de manifestantes con banderas constitucionales –y
otras que no lo son tanto– que pasan gritando contra Puigdemont, un nombre de
rima demasiado fácil. Son el regalo envenenado que nos ha dejado el
nacionalismo separatista. Aunque hay furgones de policía, siento inseguridad
cuando se acercan –cuerpo de gimnasio, cerebro descuidado– proclamando a voces
el eslogan de «u-ni-dad-na-cio-nal». La misma inquietud que me invade frente a
quienes piden lo contrario, al grito machacón de «in-de-pen-den-cia». Soy como
una gota de agua, pequeño en mi insignificancia dentro de un mar de gente, pero
no quiero dejarme arrastrar por ninguno de los dos tsunamis de la sinrazón.
Leo
en la prensa que también en Santander unos pocos se han echado a la calle para
manifestarse ante Pablo Iglesias. Y que ha ondeado una enseña gigantesca en la
grúa de una obra cercana a la sede del gobierno regional. Está renaciendo la
guerra insensata de banderas que ya creíamos desaparecida. Pero no, estaba
larvada, como demuestra la eclosión de tanto capullo.
De
regreso, en el Alvia –el cambio de hora anticipa la noche–, raíles de sueño nos
acercan a Cantabria. Mañana será otro día –me digo–, con sus afanes. Y los
estorninos, que no entienden de fronteras, silbarán al caer la tarde la melodía
secular que utilizan para juntarse y protegerse, ellos sí, bien juntitos, de
los primeros fríos otoñales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario