martes, 7 de agosto de 2018

GUARDIANES DEL TESORO (8 de agosto de 2018)


El Diario Montañés, 8 de agosto de 2018

Marcelino Menéndez Pelayo, que guardaba con amor todos los libros, incluso los viejos, «de mal papel y tipos revesados», dejó escrito en su testamento que los más de 42.000 que reunió en vida los legaba a su muerte al Ayuntamiento de Santander por el agradecimiento que sentía hacia la ciudad que le vio nacer. Un tesoro inabarcable, guardado desde entonces por diversas personas. Rosa Fernández Lera y Andrés del Rey Sayagués –para todos Rosa y Andrés– han sido los últimos custodios de este santuario cultural, depositarios de las llaves de un edificio que dormía tranquilo con sus cuidados. Andrés se jubiló recientemente. Rosa, como directora, siguió en su puesto un poco más porque quería permanecer ojo avizor en un momento de transición muy delicado: el del traslado de los libros y objetos del interior al Archivo Histórico Provincial, con el fin de rehabilitar el edificio y acondicionarlo según las necesidades del siglo XXI.
El pasado 31 de agosto, cien años y un día después de que se pusiera la primera piedra de la biblioteca, Rosa se despidió de su segunda casa. Para la ocasión convocó a un reducido grupo de personas, entre las que tuve el honor de estar incluido, con el fin de que conociésemos de primera mano su contenido y el lugar que ocupaba cada elemento. Nos entregó un exhaustivo inventario de libros, de obras de arte, de objetos personales del sabio, de mesas, estanterías y sillas; nos mostró decenas de fotografías –verdaderas actas notariales gráficas– con la situación de los volúmenes en cada estante; abrió la caja fuerte para que comprobásemos lo que atesoraba... Y nos pidió que firmásemos un documento en el que dábamos fe de cuál era la situación de todo ello a la entrega de las llaves. Una firma con la que nos sentimos íntimamente comprometidos a velar para que todo volviese a su mismo emplazamiento tras la necesaria rehabilitación. Rosa nos había nombrado, en un sencillo acto, guardianes del tesoro físico y bibliográfico, y también del «alma» de la biblioteca, de su esencia. Algo que durante cuarenta años hicieron con pasión ella y Andrés.

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