Hay
manifestaciones del arte popular que se aproximan a los apuntes carpetovetónicos de Camilo José Cela, ejercicios literarios
que el escritor definía como agridulces bosquejos entre caricatura y
aguafuerte. Mucho de caricatura, aunque no pretendida, tiene el monumento a
Revilla en Polaciones, un bajorrelieve que se puede vincular con el estilo naïf
de algunos tallistas románicos, en los que se debe apreciar la ingenuidad antes
que la pericia.
Nuestro
presidente, querido por algunos por su espontaneidad natural y detestado por
otros por esa misma razón, cuando tiene una cámara delante –que es algo así
como ofrecerle caramelos a un niño– se transforma en su propio personaje y acostumbra
a decir en voz alta, sin censura, todo lo que piensa. Ahí radica, en parte, la
clave de su éxito mediático. Hace unos días, situado ante su representación en
piedra, habló del escaso parecido que mantenía la figura con el modelo, e
incidió en detalles poco afortunados de su elaboración, como el cuello, el
pelo, los ojos o las orejas. Lo decía con su habitual desparpajo, en un tono
distendido, sospecho que de broma, sin intención de dañar la imagen del artesano
ni mucho menos la de la artesanía popular. Pero el artífice se sintió dolido,
acaso con razón. «Es una pena que se me esté juzgando solo por este trabajo y
no por el resto de mi obra», dijo en un escrito que publicó en las redes
sociales y se extendió como la pólvora (en el fondo admitía que ese no era su
mejor trabajo). La frase se convirtió en un reto: había que conocer las demás
creaciones de Vicente Diestro, que tal es el nombre del tallista. Su perfil
profesional de Facebook recibió miles de visitas. Es lo que tiene Revilla, que
promociona las cosas aunque no hable bien de ellas.
No creo equivocarme
si auguro una foto de ambos protagonistas ante el monumento para deshacer el
entuerto. Ni que el lugar se convierta en epicentro de ‘selfies’ de los
turistas. Así como el ‘Ecce Homo’ colocó a Borja en el mapa, esta escultura puede
hacer lo propio con Polaciones.
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