El Diario Montañés, 20 de noviembre de 2019
Mantiene
Borges que «la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado», pero en
Cantabria las últimas semanas el pasado ha estado muy presente. Más de treinta
y seis hectómetros cúbicos ha recogido el pantano del Ebro, reserva que nos viene
como agua de mayo para cuando lleguen los resecos días del verano, aunque a
cambio nuestros huesos también han cargado el polo negativo de sus pilas con
una humedad poco conveniente. Las tardes de este otoño lluvioso traen la noche con
anticipación desquiciante, y parte de esa oscuridad ocupa las estancias de
nuestra alma produciendo algo que los psicólogos llaman el TAE (trastorno
afectivo estacional), una depresión melancólica que desencadena el cerebro ante la
disminución de la exposición a la luz natural. Víctor Hugo consideraba que la
melancolía era la felicidad de estar triste. Amós de Escalante la creía musa
del Septentrión, un estado de recogimiento indispensable para la creación
poética. Pero para la mayoría de los mortales es un periodo de tristeza que les
enfrenta peligrosamente con sus fantasmas. «¡Luz, más luz!», fueron las últimas
palabras de Goethe antes de que su vida se apagara, porque la muerte cierra del
todo los ojos a la luz.
Hay estimaciones muy
ponderadas que vaticinan que dentro de veinte años –que según el tango no es
nada– vamos a ser 41.203 ciudadanos menos en nuestra comunidad, y con ese
panorama solo el pantano del Ebro presentará superávit. Acaso el déficit de luz
no sea la causa principal del problema –tener hijos es una ocupación que se
suele realizar en la penumbra–, pero si las parejas cántabras tuviesen ese
trastorno afectivo, no sería estacional pues se alarga más allá del otoño y el
invierno.
Los jóvenes, por su
parte, no reconocen ningún tipo de trastorno afectivo, y mucho menos que sea estacional;
lo admiten, sí, económico y permanente. Dicen que solo con un trabajo estable y
bien remunerado se puede pensar en formar una familia. Y que es la larga noche
de la crisis –que no los rigores climatológicos de este otoño lluvioso– la que cercena
sus aspiraciones.
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