La
historia de la transición y primeros años de la democracia bien podría tener en
nuestro país un apartado dedicado a los desnudos femeninos. Tanto las revistas como
el cine patrio mostraban entonces sin tapujos los encantos de las famosas. Incluso
las mayores representantes de la pasada España de mantilla, velo y sacristía,
que solo besaban si besaban de verdad, se desnudaron en las películas porque el
guion lo exigía. La lista es interminable.
En
el caso de las revistas, ‘Interviú’ llevaba la palma con titulares hoy
impensables (recuerdo el que aludía al desnudo de María Luisa Merlo: «El mirlo
de la Merlo»). Había censuras, claro, pero la democracia era tan reciente que probábamos
las libertades sobre la marcha. Se hablaba en aquel tiempo de autonomías, federalismo,
aconfesionalidad, justicia, pluralismo político… Era un ambiente que abría las puertas
a la ilusión y la esperanza, un contexto en el que podían convivir la ligereza
del pecho de Susana Estrada con la rigurosa intelectualidad de Tierno Galván
(criticando el pezón al aire de la artista coincidieron conservadoras y
feministas; corría el año 1978 y ya los extremos se tocaban).
Un
americano, viajero por España, se escandalizó entonces de nuestro particular modo
de concebir la libertad. Y acaso porque ahora ellos son los dueños del poder en
la aldea global, vuelve un tipo de censura que teníamos olvidado. Con la
mentira del Photoshop, que permite engaños corporales, invisibilizan los
pezones femeninos –¿habrá mostrado Amaral los suyos por eso, frente al pelotón
de fusilamiento de la redil democracia de las redes?–. Al tiempo, el artificio
de los cuerpos perfectos está alcanzando su mayor auge, consiguiendo que, por
comparación, prolifere el miedo al desnudo entre la gente común (deshabiliofobia
lo llaman).
Qué
tiempos. Nos imponen de nuevo lo que podemos o no podemos ver.
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