El Diario Montañés, 7 de octubre de 2012
Aguardo con impaciencia
expectante «el horizonte de 2024». Será entonces cuando, en la mejor de las
situaciones, aparezca en Santander
–con velocidad silente apenas remarcada por
el traqueteo de los raíles, que la técnica habrá avanzado una barbaridad–, el
morro afilado del AVE. En el año 2024, aunque todavía no es seguro, porque las
prioridades de Aznar, primero, de Zapatero, después, y de Rajoy, ahora, siempre
han sido otras.
Es posible que
unos cuantos de mi generación, calvos la mayoría, «con la frente marchita» y todos
sintiendo «que es un soplo la vida», podamos asistir como espectadores ilusionados
a esa llegada tan anunciada, con la tarjeta dorada de los descuentos a los
mayores en la mano –si es que todavía RENFE la mantiene–, creyendo que aún podemos
tener la oportunidad de viajar más lejos y más deprisa.
Quizá sea
hacer ciencia ficción, pero mientras me preparo para la espera me atrae el
ejercicio de plantearme cómo serán entonces las cosas. Aunque Gardel proclamara
con optimismo «que veinte años no es nada», doce dan para muchos cambios. Y me
pongo a cavilar: ¿Quién será en 2024 el presidente o la presidenta de España? ¿Y
de Cantabria? ¿Seguirá nuestra nación siendo un reino o estará instaurada ya la
tercera República? ¿Seremos un Estado autonómico o federal? ¿Se habrán
independizado Cataluña y Euskadi? ¿Quién cortará la cinta ese día y se apuntará
el tanto políticamente? ¿Estará finalizada la última fase del hospital de
Valdecilla o se aprovechará la fecha para inaugurarlo todo a la vez?
Ya lo he
dicho: aguardo con impaciencia expectante. ¿Qué son doce años frente a los más
de cincuenta y tres que esperó Florentino Ariza –el personaje de ‘El amor en
los tiempos del cólera’– a Fermina Daza para conseguir el sí y embarcarse con
ella por el río Magdalena viviendo su amor otoñal? Yo también pienso embarcarme
para vivir el mío por el curso paralelo de los veloces caminos de hierro.
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